GUILLERMO LUIS COVERNTON

Propuestas de estudio del Dr. Guillermo Luis Covernton: Economía – Políticas Públicas – Libertad – Humanismo Cristiano

Archivar en la categoría “Humanismo Cristiano.”

Compromiso ambiental y crecimiento sostenido. Un problema dinámico.

Publicado en Revista Cultura Económica Año XXXVI  N°96 Diciembre 2018: 77-94

Resumen: Este trabajo analiza los problemas que se generan por la interacción del
hombre con el ambiente con el correr de los siglos y ante el crecimiento poblacional.
La discusión que esto genera sobre los derechos individuales, la propiedad, la
interferencia gubernamental y su incremento impone la necesidad de generar un
marco doctrinario aceptable, consensuado y lógico, que lo regule, preservando la
autonomía de la voluntad y considerando la evolución y el progreso tecnológico.
Asimismo, menciona diferentes aportaciones relevantes de diversos autores. Y la
evolución del pensamiento económico.


Palabras clave: Ecología; Acción Humana; Desarrollo; Derecho


Abstract: This article analyses the problems generated by the interaction of man
with the environment over the centuries and with population growth. The discussion
that this generates about individual rights, property, government interference and
its increase imposes the need to generate an acceptable, consensual and logical
doctrinal framework that regulates it, preserving the autonomy of the will and
considering the evolution and technological progress. Likewise, the article mentions
different relevant contributions of various authors in the course of the evolution of
economic thought.


Keywords: Ecology; Human Action; Development; Sustained Growth; Law

I. La actividad del hombre y su impacto
Las ideas que hablan sobre un posible impacto negativo de la actividad
de los seres humanos en la tierra tienen una antigüedad similar a la de
la ciencia económica. Existen muchas teorías que han sostenido y
algunas que, aún hoy en día, sostienen la posibilidad de un colapso
catastrófico de la población mundial a causa de los efectos de la

 Recibido: 08/11/2018 – Aceptado: 10/12/2018

actividad del hombre. Malthus advertía que podían existir limitantes
de la evolución de la humanidad hacia la felicidad. Y se refería a una
gran causa, unida íntimamente a la naturaleza del hombre. En sus
palabras: “La causa a la que aludo es la tendencia constante de toda
vida a aumentar, reproduciéndose, más allá de lo que permiten los
recursos disponibles para su subsistencia” (Malthus, 1998: 7). Está
claro que esta cita, que data de 1798, no era, de ninguna manera, una
posición incontrovertible ni compartida por algunos de sus
contemporáneos. Incluso autores bastante anteriores, ya sostenían la
posición contraria.
Spiegel, (1996: 161) refiriéndose a William Petty, (1623-1687),
destaca que sus criterios económicos eran independientes de los
prejuicios de la época, dándole una gran importancia al crecimiento de
la población como fuente del aumento de los ingresos. A su juicio, el
crecimiento poblacional contribuiría a licuar los gastos del estado, que
según decía, no crecían en la misma proporción. Además, enfatizaba
que una mayor población obligaba a mayores esfuerzos y también a
una creciente especialización y enseñanza de oficios y técnicas. En sus
estudios, veía al crecimiento de la población como la solución a los
problemas nacionales.
Por su parte, Spengler (1998: 3) reconocía que la idea de que el
excesivo crecimiento poblacional podía reducir la productividad por
trabajador, deprimir el nivel de vida de las masas y generar conflictos,
era de tal antigüedad que aparecía en trabajos de Confucio y otros
filósofos de la antigua China.
Todas estas teorías se deben enfrentar hoy con la evidencia
incontrovertible de que la población mundial ha crecido mucho más
allá de lo esperado por aquellos autores, provocando hasta ahora unos
niveles de prosperidad nunca imaginados. De acuerdo con el United
States Census Bureau, las estimaciones más bajas acerca de la
población mundial 10.000 años antes de Cristo ascienden solo a 1
millón de seres humanos, y las estimaciones más altas hablarían de 10
millones. En la actualidad, la población mundial está cerca de los
7.500 millones de seres humanos según el reloj de población del

mismo organismo. (United States Census Bureau, 2018: disponible en
línea). Es impensable imaginar que semejante salto poblacional,
acompañado por la producción que ha sido necesario desarrollar para
mantener con vida a una masa poblacional de tal magnitud, que
además ha mejorado sus niveles de prosperidad en forma
astronómica, podría haberse logrado sin que la actividad productiva
del hombre generara impacto ambiental.
II. El enfoque ecologista o de desarrollo sostenible
En los últimos 50 años, como mínimo, las actividades de producción
de bienes y servicios se han visto influenciadas, en la toma de
decisiones empresariales, por lo que se podría denominar, el “enfoque
ecologista” o de “desarrollo sostenible”. Es decir, la preocupación
sobre la sostenibilidad de la actividad productiva, toda vez que la
actividad humana en la tierra implica un impacto sobre el medio
ambiente. Pero, según algunos autores, estas preocupaciones, que en
algún grado son legítimas, generan una influencia perniciosa en el
debate político, la agenda gubernamental y el enfoque del gobierno,
incluso en el tamaño del propio gobierno. Para Seldon:
Democratic government has been inflated by political oversensitivity to exaggeration, rumour and confusion on the risks of
environmental damage […] The fallacies in the extravaganzas of
the environmentalists are mainly five: exaggeration of the
evidence, questionable deduction, the confusion between
inherent risks (in food or medicines) and amounts or doses,
neglect of the cost of prevention, and the allocation of surmised
benefit over the unknown generations (Seldon, 2005: 114).
Incluso va más allá al afirmar que el argumento ambientalista en
favor de medidas de emergencia en el siglo XXI es tan falaz como el
pánico poblacional de Thomas Malthus a principios del siglo XIX. Y
que tiene similares elementos de influencia sobre la ansiedad del
público: advertencias plausibles, pero insustanciales, sobre el riesgo
de daños severos para la humanidad. Seldon considera que así como
Malthus subestimó la tasa de innovación tecnológica, los

ambientalistas de hoy en día pasan por alto el poder de un inesperado
pero probable avance científico para descubrir nuevos tratamientos
que prevengan sus peores escenarios imaginables y hagan innecesario
equipar al gobierno con mayores poderes para influir sobre el accionar
individual.
Actualmente vemos la proliferación de regulaciones e incluso un
movimiento que algunos han calificado como de “sobre-legislación”.
Se pretende regular la contaminación, la degradación del medio
ambiente, la influencia de sistemas de producción sobre las especies
silvestres y la biodiversidad. Esto genera toda una batería de
preocupaciones sobre riesgos supuestos, incluso no probados y hasta
indemostrables, originados en el uso de substancias que no son del
todo conocidas, o que ni siquiera existen en la naturaleza, sino que han
sido sintetizadas y muchas veces diseñadas por el hombre. También se
busca influir y limitar la interferencia humana, y la aplicación de
métodos científicos modernos en la selección y el diseño de
organismos vivos, alteraciones genómicas, transgénicos y
cruzamientos con diferentes objetivos productivos y económicos.
Sin embargo, muchas veces se generalizan los efectos nocivos de
ciertas prácticas, y se desconoce su impacto positivo en el ambiente.
Por ejemplo, la cría de cruzas de surubí que no se dan en estado natural
logra darles vigor híbrido y mayor peso y tasa de crecimiento; la
introducción de genes de especies silvestres o incluso ornamentales en
cultivos industriales de oleaginosas se emplea para darle resistencia a
esquemas de combate químico de malezas. Otro caso es el de la
incorporación de genes de bacilos a híbridos de cereales, capaces de
matar instantáneamente a los insectos que intentan comerlos, y que
permiten prescindir de la utilización de insecticidas. Asimismo, la
introducción de genes de especias que imprimen colores, como el
índigo, en cultivos industriales de textiles como el algodón,
reemplazan la utilización de tinturas industriales para el teñido y la
obtención de telas de denim azul. Estos son sólo algunos ejemplos
ilustrativos de entre muchos otros que sería prácticamente imposible
enumerar aquí, en la brevedad de este estudio.

III. El marco institucional
Todo esto nos obliga a enfocar los problemas que mencionamos, desde
el punto de vista institucional. En efecto, para su estudio y resolución,
no puede perderse de vista el hecho de que las interacciones
intersubjetivas de los millones de individuos involucrados en estas
actividades son movidas por incentivos económicos, desde luego. Pero
tienen estricta relación con sus derechos individuales, su preservación,
con el derecho de propiedad y con la autonomía de la voluntad sobre
esta, y con el interés general y el bien común.
Estas materias han sido estudiadas profundamente en las
últimas décadas por una cantidad importante de teóricos, quienes han
dado origen a lo que se conoce como el análisis económico del derecho,
llamado también el enfoque de Law & Economics. En esta rama del
análisis económico y jurídico de la interacción del hombre en sociedad,
resulta insoslayable considerar el enfoque de Ronald Coase. Este fue
expuesto en su muy difundido artículo “The Problem of Social Cost”,
publicado por primera vez en The Journal of Law & Economics en
1960.

  1. El problema del costo social de Coase
    Dau-Schmidt & Ulen (1998: 81) consideran que el nacimiento del
    nuevo movimiento conocido como Law & Economics y la aplicación
    del análisis económico a un espectro mucho más amplio de problemas
    legales se identifica con la publicación de este trabajo seminal de
    Coase. Su autor fue laureado con el Premio del Banco de Suecia en
    Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel en 1991, en parte,
    por sus aportes originales, reflejados en su renombrado artículo. Coase
    explica el contexto de su análisis de la siguiente manera:
    This paper is concerned with those actions of business firms
    which has harmful effects on those occupying neighboring
    properties. The economic analysis of such a situation has usually
    proceeded in terms of a divergence between the private and social

    product of the Factory, in which economists have largerly
    followed the treatment of Pigou in The Economics of Welfare”
    (Coase, 1960: 81).
    En su argumentación, Coase manifiesta que discrepa con el
    enfoque de Pigou (1946), el cual podría resumirse en que sería
    conveniente asignarle una responsabilidad al dueño de la fábrica por
    los daños causados a los vecinos afectados por el humo o
    contaminación, o si fuera difícil o impracticable hacerle pagar por los
    daños, aplicarle un impuesto variable en proporción a la cantidad de
    humo o contaminación producidos, equivalente en términos
    monetarios al daño que causa, o finalmente, excluir a las fábricas de
    las zonas habitadas (Coase, 1960: 82). Las razones por las que Coase
    objeta la posición de Pigou las explica alegando que los cursos de
    acción sugeridos por éste serían inadecuados, porque arribarían a
    resultados no deseados, que incrementarían el costo de toda la
    sociedad en su conjunto, afectando sus posibilidades de desarrollo y
    de prosperidad.
    El error, para Coase, radica en formular el problema como si el
    individuo A estuviera causando un daño al individuo B. Para evitar
    esto, se le debe generar un costo a A de tal magnitud que le haga
    desistir en su accionar, como si, siempre y en todos los casos, el
    accionar de A no generara ningún tipo de beneficio ni personal ni
    social.
    Afirma que el enfoque es erróneo, porque para ambas partes hay
    costo y beneficios, y se debe encontrar una regla para establecer por
    qué se beneficiará a uno de ellos y se perjudicará al otro. Esta regla
    propone reducir el costo a la sociedad en su conjunto, maximizando
    sus beneficios. Para ello ejemplifica con la actividad de un panadero
    que produce vibraciones que impiden la acción terapéutica de un
    médico. Y, dado que los servicios del médico son más restringidos y
    más valorados que los del panadero, se debería lograr que este último
    cese en su actividad (Coase, 1960: 82).

    Asimismo, refiere un ejemplo del profesor Stigler, de una
    industria que produce mortandad de peces por la contaminación de un
    curso de agua, y afirma que habría que tasar si los peces tienen más
    valor, o la producción industrial los supera (Stigler, 1952: 105) El
    problema, para poder tasar estos costos, explicado con varios ejemplos
    exhaustivos, radica en que los precios y los costos variarán en función
    a los rendimientos, y serán muy diferentes si una de las partes se ve
    obligada a reducir el volumen de su actividad, en función de evitar
    externalidades que afecten a la otra parte.
    Todos los precios relativos de insumos y productos se verán
    tergiversados, en caso de introducirse una regulación, de maneras que
    no se pueden determinar de antemano. La propuesta de Coase, (1960:
    110) radica en cambiar el enfoque del problema que los economistas
    han planteado como una divergencia entre el beneficio social y el
    beneficio privado. Afirma que las medidas correctivas pueden generar
    perjuicios sociales no adecuadamente considerados, y remite al
    concepto de costo de oportunidad, un aporte claramente austríaco y
    emparentado con el análisis marginalista, que debemos a Friedrich
    von Wieser. Recomienda usar esta alternativa cuando se manejan
    cuestiones de política económica, comparando, en cada caso, el
    producto total obtenido mediante ordenamientos sociales
    alternativos. Asimismo, condena firmemente que la comparación se
    realiza entre un mundo de laissez faire y una especie de mundo ideal
    en el que no existen ni están muy claramente determinados los costos
    y los beneficios (Coase, 1960: 110).
    También destaca que hay una falacia implícita en establecer el
    análisis como si se tratara del uso de insumos que tienen un
    determinado valor de mercado, que en el caso del ejemplo, parecería
    ser el valor que tienen en el momento inicial. Sin embargo, en realidad,
    cada uno de estos insumos debe observarse como un conjunto de
    derechos de usos alternativos que el propietario tiene sobre ellos, y
    cuyo valor varía claramente en función a las restricciones que sobre su
    uso se establezcan. Precisamente, las limitaciones al uso de cada uno

    de los recursos involucrados son claramente lo que les asigna su valor
    real (Coase, 1960: 111).
    La crítica que Coase hace a Pigou es simple: afirma que el
    enfoque del problema se centra en un examen del valor de la
    producción física. El producto privado es el valor del producto
    adicional resultante de la actividad particular de un negocio. El
    producto social es igual al producto privado menos la disminución en
    el valor de la producción en otra parte, por la que no paga una
    compensación el propietario del negocio (Coase, 1960: 107). Para
    Pigou, el análisis focaliza en la decisión del negocio individual, y no
    considera que el uso de ciertos recursos no está tasado en los costos
    (Pigou, 1920: 4ª Ed 1932: 177-183). Por su parte, Coase encuentra
    preferible usar el concepto de costo de oportunidad y comparar el
    valor del producto obtenido por los factores en otros usos alternativos.
    Afirma que la ventaja principal de un sistema de precios es que
    conduce al empleo de los factores donde el valor del producto
    resultante es mayor y lo hace a un costo menor que los sistemas
    alternativos (Coase, 1960: 107).
  2. Opiniones concordantes
    Salin se plantea si el ecologismo es una amenaza para el ambiente. Y
    afirma que si se quiere hacer desaparecer a una especie animal o
    vegetal, lo mejor sería darle el estatus de especie amenazada y erigirla
    en “patrimonio de la humanidad”, ya que ésta nunca se ha movilizado
    en defensa de ninguna especie en peligro (Salin, 2008: 412). Acusa a
    los burócratas y activistas ecologistas de lucrar con este tipo de
    proclamas para adquirir notoriedad, cuando el problema real pasa por
    una insuficiencia de capitalismo. Por ejemplo, presenta el caso de los
    elefantes en África, que corrían peligro de extinción porque eran
    bienes sin dueños, de modo tal que el que se apropia de uno obtiene
    un lucro privado frente a un costo colectivo, sobre el que nadie tiene
    interés. Entre los efectos no deseados de las regulaciones
    gubernamentales al respecto, que llama “efectos perversos”, cita la

    prohibición al comercio de marfil, con el declarado objetivo de
    proteger a los elefantes. La aparición de un mercado negro dispara el
    precio del marfil, haciendo mucho más lucrativa la caza de la especie
    amenazada. Así, Salin muestra que la economía liberal se basa en el
    respeto a los derechos de los demás, limitando de esta manera el
    espíritu de lucro. Privatizar los elefantes obligaría a respetar los
    derechos de sus dueños, quienes tendrían un interés concreto en
    protegerlos y arbitrar los medios para facilitar su reproducción (Salin,
    2008: 414).
    Podemos afirmar que a nadie se le ocurriría que las vacas
    pudieran extinguirse, dado el actual ordenamiento jurídico. Pero
    queda claro que esto sí podría ocurrir si una regulación internacional
    prohibiera su explotación y comercio. Y obligara a dejarlas en estado
    silvestre. Salin, (2008: 416) afirma que es la falta de capitalismo y de
    derechos de propiedad lo que genera la destrucción del ambiente.
    Ejemplifica con la tala indiscriminada de bosques tropicales, realizada
    por empresas multinacionales que explotan concesiones de
    explotación, que no implican la propiedad de los bosques. Por lo tanto,
    no tienen ningún incentivo para proteger o explotar el recurso de
    manera sostenible. Si esos bosques fueran asignados en propiedad y
    pudieran ser vendibles, sus dueños velarían por reponer las especies
    explotadas y por mantener un stock de ejemplares explotables
    constante, realizando una tala sostenible, de modo de mantener el
    valor del recurso en el largo plazo. Reconstruir el recurso explotado
    implica un gasto presente, que generará solo un ingreso futuro,
    bastante lejano. Un contrato de concesión de un plazo menor, no
    genera los incentivos necesarios para la sostenibilidad.
    Krause, Zanotti y Ravier plantean la duda: “¿Son el crecimiento
    y la protección ambiental objetivos contrapuestos? ¿Cuál es el sistema
    que mejor permite a los individuos alcanzar estos objetivos?” (Krause,
    M; Zanotti, G y Ravier, A., 2007: 579). Estos autores nos recuerdan
    que la economía neoclásica seguía los preceptos de Lionel Robbins,
    quien consideraba que las comparaciones entre la utilidad, para
    personas diferentes, eran juicios de valor absolutamente subjetivos, y

    por ende no podían ser terreno de la ciencia. Luego nos recuerdan que
    otros autores avanzaron en este sentido planteando que hay mayor
    utilidad cuando hay crecimiento económico, pese a que ha habido
    movimientos ecologistas ascéticos, que defienden políticas de
    “crecimiento cero” como más valorables, en cuanto a que no impactan
    o impactan menos en el medio ambiente. Esto nos lleva nuevamente a
    Robbins.
    Krause, Zanotti y Ravier citan el acierto de Hazel Anderson,
    cuando denuncia que las medidas más difundidas de crecimiento no
    consideran el valor de un medio ambiente limpio (Krause, Zanotti y
    Ravier, 2007: 582). Y da como ejemplo el supuesto crecimiento
    económico de Alaska, luego del desastre del naufragio del buque
    tanque petrolero “Exxon Valdez”, que al bañar sus costas con petróleo
    crudo, hizo necesario tareas de saneamiento y limpieza, que si bien
    impactan sumando en el PBI, claramente destruyeron valor. De
    ninguna manera se podría plantear como una recomendación de
    política económica, hundir un superpetrolero, para reactivar la
    economía.
    Citan el intento de Naciones Unidas de implementar un sistema
    de contabilidad ambiental, para detectar, de alguna forma el
    incremento o reducción de ese patrimonio natural. (Krause, Zanotti y
    Ravier, 2007: 584). La misma implicaría la realización de un
    inventario físico de especies animales y vegetales, los ecosistemas
    implicados y la calidad del aire y el agua subterránea, la biodiversidad
    y las especies silvestres, materiales y energía involucrados en los
    recursos naturales. Pero el aspecto crucial es que, para poder afirmar
    que menores cantidades de unos se compensan con mayores
    cantidades de otros, sería preciso y determinante poder hacer una
    valoración, en una unidad de cuenta, es decir en moneda, mediante la
    cual se pueda unificar la forma de medir aumentos o disminuciones de
    los agregados, frente a cambios en las respectivas cantidades de unos
    bienes por otros.
    Pensemos en la magnitud de la tarea que el “contador ambiental”
    quiere autoimponerse: en muchas instancias, ni siquiera los

    biólogos han podido enumerar la totalidad de especies vegetales
    o animales existentes, además sería necesario contabilizar los
    stocks y sus variaciones. (…) Parece una idea que rápidamente
    puede llevar al ridículo (…) ¿Cómo habrá de hacerse eso? Pues la
    economía ha demostrado que, hasta el momento existen solo dos
    formas: a través del funcionamiento del sistema de precios como
    mecanismo de transmisión de información de las necesidades de
    los consumidores (Hayek, 1937, 1954); o por medio de políticas
    de comando y control, esto es la planificación económica, donde
    son los funcionarios gubernamentales los que deciden la
    asignación de recursos. La economía también ha considerado el
    primer método como claramente superior tanto por cuestiones
    de eficiencia, como éticas. (Krause, M; Zanotti, G y Ravier, A.,
    2007: 584 a 585)
  3. Subjetivismo y la tradición austriaca
    Otro aspecto que a nadie escapa aquí, es que la solución del problema,
    de manera objetiva, es virtualmente imposible, toda vez que las
    valoraciones, en economía, son completamente subjetivas y varían de
    individuo en individuo. Asimismo, para el mismo individuo, varían de
    instante a instante, guardando relación con su utilidad marginal. ¿Qué
    tiene más valor económico, una selva tropical o grandes rebaños de
    ganado de carne? ¿Para quién? ¿Será posible determinar tal cosa como
    un valor “social”? Aunque la pregunta parezca posible, su respuesta ya
    fue dada por la teoría económica, hace más de un siglo. El valor es
    completamente subjetivo y responde a la utilidad marginal
    decreciente. Ignorar esta verdad evidente nos sometería a que los
    sistemas de producción quedaran prisioneros de las estimaciones y de
    las valoraciones de funcionarios o burócratas, quizás incluso bien
    intencionados, y en algún caso, honestos, que pretenderían asignar
    valores y determinar qué es lo que los integrantes de la sociedad
    deberían perseguir como objetivo en cuanto a ese resultado. Pero, la
    inmensa mayoría de las veces, sería poner el esfuerzo productivo
    completo de una sociedad en manos y al arbitrio de personas que nada
    arriesgan. Funcionarios que no tienen forma de conocer valores y
    precios y podrían ser objeto de enormes maniobras de corrupción y de
    favorecimiento de sus allegados, beneficiando a quienes dejarían de

    ser empresarios y se convertirían en destinatarios de prebendas y
    financiadores de estos esquemas de corrupción.
    Esto nos lleva a la segunda alternativa mencionada, es decir, a la
    planificación central y al socialismo. Como explica Mises (1986: 144 a
    190): Es el proceso de mercado, a través de intercambios libres y
    voluntarios, el que va asignando precios a cada uno de los bienes, en
    función de la interacción de cientos de miles de individuos, quienes,
    con sus compras y abstenciones de comprar, determinan los precios
    de mercado y las ganancias y las pérdidas empresariales que los guían
    en el más adecuado proceso de asignación de recursos. Para esto, es
    necesario que exista la propiedad privada de los medios de
    producción. (Mises, L.E. 1986: 194-195) Libertad de comercio y de
    elegir entre unos bienes u otros. Competencia y ganancias
    empresariales que orienten los esfuerzos productivos. Soberanía del
    consumidor, que sabe que al elegir ciertos bienes, está sacrificando la
    posibilidad de acceder a otros. Del mismo modo que el agricultor, en
    el inicio de la colonización de tierras silvestres, que supo que la tala del
    bosque para construir su cabaña y liberar tierras donde sembrar
    pasturas que le permitan alimentar su ganado y sembrar otras especies
    comerciales, le proporcionaban un hogar, abrigo, defensa contra los
    animales silvestres, alimento y la posibilidad de cuidar y educar a sus
    hijos. Renunció a la belleza del ambiente silvestre, que lo condenaba a
    la pobreza, la indigencia y la escasez crónica de todo tipo de alimentos.
    Asimismo, el autor es terminante en afirmar que no existen
    alternativas posibles a este sistema capitalista, que protege y respeta
    la dignidad humana:
    Un orden social basado en el control privado de los medios de
    producción no puede funcionar sin acción empresarial, ganancia
    empresarial y, desde luego, pérdida empresarial (…) En un
    sistema socialista no existen ni empresarios ni pérdidas ni
    ganancias empresarias. Sin embargo, el director supremo de la
    República socialista, tendría que esforzarse para obtener un
    exceso de los ingresos sobre los costos de la misma manera que
    lo hacen los empresarios en un régimen capitalista (…) Lo que es
    importante en este contexto es solamente el hecho de que no es
    factible un tercer sistema. No puede haber algo así como un

    sistema no socialista sin pérdidas y ganancias empresarias”.
    (Mises, L.E. 1986: 194)
    Así también, el mismo autor destaca que esta elección entre la
    manera en que la sociedad va a determinar la forma en que se asignen
    los recursos productivos y se remuneren los factores y los distintos
    esfuerzos humanos implicados en el proceso, condiciona
    inevitablemente el régimen político y las instituciones sociales que
    regirán a esa sociedad. Y que el régimen republicano de gobierno, el
    estado de derecho, la democracia y las libertades civiles se ganan o
    pierden en esta elección.
    Al elegir entre el capitalismo y el socialismo, la gente también
    elige implícitamente entre todas las instituciones sociales que
    necesariamente acompañan a cada uno de estos sistemas, su
    “superestructura”, según Marx. Si el control de la producción es
    arrebatado a los empresarios diariamente elegidos por el
    plebiscito de los consumidores y pasa a manos del comandante
    supremo de los “ejércitos industriales” (Marx y Engels) o de los
    “trabajadores armados” (Lenin), ni el gobierno representativo ni
    las libertades civiles pueden sobrevivir. (Mises, L.E. 1986: 194-
    195).
  4. La falacia de las fallas de mercado y la competencia
    perfecta
    Uno de los enfoques más difundidos aún en el presente, es aquel que
    plantea que la interferencia gubernamental en los procesos de
    producción es imprescindible ya que el mercado fracasa en el logro de
    su cometido. Parte de la base de que el punto óptimo que debe alcanzar
    el mercado es aquel punto definido por Pareto, (Óptimo de Pareto), en
    donde ya no hacen falta más reasignaciones de recursos ni
    intercambios, el mercado cae en un equilibrio y “se vacía”,
    desapareciendo oferentes y demandantes como lo explica Ekelund
    et.al. (Ekelund et.al, 1992: 446 y 637) La afirmación es tan
    disparatada, como lo es la idea de que se ha alcanzado el máximo de
    satisfacción y nada puede hacerse para mejorar. Ignora, como ya se ha

    dicho más arriba, que el valor de los bienes está dado por la utilidad
    marginal. Ignora también que para que ese modelo pueda darse
    existen algunas condiciones, a saber: un conocimiento perfecto de
    precios y cantidades ofrecidas y demandadas, como en una rueda
    bursátil; producto homogéneo, es decir que nos dé lo mismo comprar
    a unos oferentes u otros; nulos costos de transporte, es decir que
    podamos acceder a cualquier oferta a igual costo; infinidad de
    oferentes y demandantes operando cantidades tan insignificantes que
    su acción individual tenga un impacto infinitesimalmente pequeño;
    valoraciones estáticas, que no vayan variando, conforme uno va
    adquiriendo o desprendiéndose de unidades marginales. Cualquier
    mercado que no se ajuste a estos supuestos, en opinión de los
    intervencionistas, merecería ser regulado, porque no logra ese
    equilibrio estático descripto.
    En la realidad, nosotros sabemos perfectamente que el mercado
    es un proceso muy imperfecto de asignación de recursos, en donde los
    agentes económicos, por sucesivas iteraciones, van ajustando su
    comportamiento, de una situación claramente insatisfactoria, a una
    más satisfactoria, sin poder llegar al punto ideal en ningún momento.
    Esto no solo no invalida el proceso, sino que lo asemeja a otras
    situaciones del mundo real. Por ejemplo: es muy claro que un gobierno
    que respete la diversidad de criterios de los ciudadanos es mucho más
    conveniente a sus intereses, que el de un autócrata. Y vamos a
    encontrar un gran consenso en la afirmación de que un gobierno
    representativo y republicano es preferido a uno tiránico y despótico.
    Sin embargo, Kenneth Arrow describió la inherente imposibilidad de
    acceder a un gobierno que refleje perfectamente las preferencias y
    aspiraciones de los individuos, toda vez que ese gobierno sea
    representativo y sus individuos no actúen cada uno en nombre propio.
    Es lo que la literatura llama el “Teorema de la Imposibilidad de
    Arrow”, descripto en su obra “Elección social y valores individuales”,
    (1951), tal como lo reseña Spiegel (1996: 672). Y, sin embargo, la
    imposibilidad de acceder a un gobierno perfecto no nos hace preferir
    al dictador y tirano. Es claro que la democracia representativa es más
    conveniente.

    Del mismo modo, la doctrina cristiana nos enseña que el
    matrimonio es una institución que enaltece a los seres humanos y es
    la base de la familia, que nos permite formarnos y formar a nuestros
    hijos en valores elevados, y que esta unión debe aspirar a una
    perfección tal como la de Cristo y su Iglesia. Sin embargo, somos
    conscientes de que somos humanos e imperfectos y que jamás
    podremos elevarnos a esas alturas, y eso no nos hace preferir la vida
    en aislamiento. En definitiva, la imposibilidad de acceder a la
    perfección divina, no nos impide tratar de vivir a su imagen, ejemplo
    y semejanza. Y se podrían dar muchos más ejemplos sobre esto. El
    absurdo del planteo de las fallas de mercado está explicado más
    exhaustivamente por Krause, M; Zanotti, G y Ravier, A. (2007: 588).
    IV. Conclusión
    En definitiva, si queremos comparar cualquier enfoque de lo que se
    conoce como “Ecología de libre mercado”, en donde los incentivos
    para actuar correctamente y en armonía con nuestros semejantes
    estén alineados con alicientes económicos, deberemos aceptar que no
    se puede comparar y descartar el proceso de mercado, imperfecto,
    humano, mejorable instante a instante y cambiante, con una idea de
    mundo perfecto, inalcanzable e inconducente a decisiones adecuadas.
    En este sentido, destacamos lo que sintetizan Anderson y Leal
    (1993), que han dedicado años al estudio de estos temas y que son
    tomadas como referentes. Estos autores insisten en que las normas del
    llamado “desarrollo sostenible” exigen regulaciones políticas que
    intentan disciplinar a productores y consumidores, limitando el
    crecimiento económico. (Anderson, T. L. & Leal, D. R., 1993: 259)
    También sostienen que esta falta de crecimiento económico
    afecta la colaboración social y lleva a los agentes económicos como si
    vivieran en una economía de suma cero. Eso deriva en políticas
    redistribucionistas y de control de la natalidad. (Anderson, T. L. &
    Leal, D. R., 1993: 259)

    Para poder tener eficiencia en ese proceso regulatorio y de
    control, sería menester que el mismo fuera llevado a cabo por:
    “expertos omniscientes y benevolentes que pueden modelar
    ecosistemas y dictar soluciones” (Anderson, T. L. & Leal, D. R., 1993:
    259).
    El nivel de conocimientos, información y sentido ético de estos
    planificadores los obligaría a conocer aspectos del problema que no se
    pueden conocer en el presente, y ni siquiera responden a incentivos
    presentes:
    los gestores de la política deben poseer la información, los
    conocimientos, y el sentido ético necesarios para administrar la
    sostenibilidad. Deben tener conocimientos tecnológicos sobre la
    cantidad y la calidad de los recursos, tanto humanos como físicos.
    Deben conocer asimismo las necesidades materiales tanto de la
    generación actual como de las venideras. Y deben, además, dejar
    de lado todo interés personal y egoísta y actuar única y
    exclusivamente en beneficio de la presente generación y de las
    futuras… (Anderson, T. L. & Leal, D. R., 1993: 260)
    Aceptar estos extremos nos obligaría a asumir que el proceso
    político tiene la suficiente perfección y representatividad como para
    reflejar muy detalladamente las demandas individuales y dejar de lado
    las necesidades presentes, y equipararlas con las futuras. Y asumir que
    la tecnología no podrá proponernos soluciones alternativas, mucho
    más económicas, en el futuro.
    Nuestras conclusiones están en un todo alineadas con los
    expertos en “Ecología de Mercado” que citamos. Estamos convencidos
    en que hay que confiar en la capacidad humana de innovar y encontrar
    soluciones diferentes y mejores a problemas que ya existían desde
    tiempos bíblicos y que no se solucionaban con mecanismos
    compatibles con las instituciones políticas y sociales de hoy. Ha sido la
    libertad, el derecho de propiedad y la concepción del valor tiempo del
    dinero y los incentivos para encontrar soluciones para el momento
    actual lo que nos ha permitido salir de la pobreza. Y a la vez,
    desarrollar mecanismos republicanos y democráticos, asegurar el
    estado de derecho y la ausencia de privilegios, elevando los niveles de

    vida y el bienestar material, así como el conocimiento científico a
    niveles impensables hace apenas dos siglos. Y logrando, como dicen
    otros autores: “ elevar los niveles de vida y –tal vez lo más importantede ensanchar el espacio de las libertades individuales” (Anderson, T.
    L. & Leal, D. R., 1993: 263).
    Referencias bibliográficas
    Anderson, T. L. & Leal, D. R. (1993). Ecología de mercado. Unión
    Editorial, Madrid.
    Coase, R. H. (1960). “The Problem of Social Cost”. En Dau-Schmidt &
    Ulen Law and Economics Antology. Anderson Publishing Co.,
    Cincinnati.
    Dau-Schmidt & Ulen (1998). Law and Economics Antology. Anderson
    Publishing Co., Cincinnati.
    Ekelund R.B. & Hébert, R.F. (1992). Historia de la teoría económica
    y de su método. Mc Graw Hill.
    Krause, M; Zanotti, G y Ravier, A. (2007). Elementos de economía
    política. La Ley, Buenos Aires.
    Malthus, T. R. (1998). Ensayo sobre el principio de la población.
    Fondo de Cultura Económica, México.
    Mises, L.E. (1986). Planificación para la libertad. Centro de estudios
    sobre la libertad, Buenos Aires.
    Pareto, V. (1906). Manuale di Economia Politica con una
    Introduzione alla Scienza Sociale. Societá Editrice Libraria,
    Milano.
    Pigou, A. C. (1920) (4ª ed. 1932). The Economics of the Welfare.
    Macmillan, Londres.
    Salin, P. (2008). Liberalismo. Unión Editorial, Madrid.
    Seldon, A. (2005). Government Failure and Over-Government.
    Liberty Fund, Indianápolis.
    Spiegel, H. W. (1996). El desarrollo del pensamiento económico.
    Ediciones Omega, Barcelona.

    Spengler , J. J. (1998). “History of Population Theories”. En Simon,
    Julian L. The Economics of Population: Classic Writings.
    Transaction Publishers, New Brunswick.
    Stigler, G. J. (1952) The Theory of Price. Macmillan, New York
    United States Census Bureau (2018). https://census.gov/data/tables/
    time-series/demo/international-programs/historical-estworldpop.html
    Ultimo acceso: junio 2018
    Wieser, F. v. (1914). Theorie der gesellschaftlichen wirtschaft. J.C.B.
    Mohr, Tübingen.

Oxfam, la desigualdad, la riqueza y la corrección política

En estos días nos hemos visto bombardeados (1) por la publicación de un panfleto izquierdizante de Oxfam: ente multinacional que promueve la miseria, el estatismo y la falta de libertad, así como el respaldo a los gobiernos dictatoriales que se financian con ayudas internacionales.

Como muy bien se ha ocupado de difundir el Acton Institute en sus documentales de la organización «Powerty Cure»,(2) estos mecanismos no solo no ayudan a los países menos desarrollados, sino que generan alteraciones de la demanda, los precios y la provisión de bienes y servicios de tal magnitud que imposibilitan la correcta evaluación de proyectos de inversión, y el desarrollo de nuevas empresas. Y por ende, se ven privados de poder recibir inversiones de países extranjeros, de remunerar la creatividad y la empresarialidad latente en cualquier individuo, y de generar una sociedad más justa.

Y con esto, condenan a los más desfavorecidos, en países menos desarrollados a ser víctimas del clientelismo político y de la corrupción descarada de los sátrapas que los gobiernan e espaldas de los sanos principios republicanos y de una democracia madura.

El organismo explota la sensibilidad de los poco informados y afirma extremos que se han demostrado claramente falsos, como bien destaca un interesante análisis de Diego Sanchez de la Cruz. (3)

Todo esto nos inhibiría de ahondar en el desenmascaramiento de estas falacias, financiadas por las organizaciones de izquierda, si no se nos ocurriera, además, destacar un tema sobre el que pareciera que nunca se insiste demasiado: Esto es la verdadera génesis de la riqueza. Es decir, de cómo pasamos de una caverna al hiperespacio, la productividad a base de trabajo virtual y la verdadera formación de la riqueza.

Un gran economista, de quien tuve el privilegio de recibir lecciones y quien me delegara una cátedra, Manuel Ayau Cordón, iniciaba siempre sus cursos recordando que el estado natural del hombre era la extrema pobreza. Nuestra civilización nació, vivió y evolucionó, a partir de estar desnudos en una caverna, sin nada que les garantizara la supervivencia más allá de unas horas. Ignorando el universo que nos rodeaba, por más del 90 % del tiempo en que habitamos esta tierra.

La única fuente de nuestra actual prosperidad, como muy bien lo titulara otro de mis maestros, el Dr. Israel Kirzner, es la «Creatividad, el Capitalismo y la Justicia Distributiva» que se derivan del proceso de mercado y a partir de los intercambios libres y voluntarios de los agentes económicos. (4) Quienes estén particularmente interesados, pueden profundizar en dicha obra que, como alguien expresara, es:

«Una de las obras maestras de Israel Kirzner, donde destaca la importancia del empresario en los procesos de mercado, donde muestra el proceso dinámico del mercado (derribando las críticas al mercado típicas del socialismo y de las políticas redistributivas que consideran erróneamente que la riqueza y recursos es algo dado y estático. Kirzner muestra que la creatividad y el descubrimiento son básicos en la generación y creación de recursos, cambiando así de manera radical la manera de entender los criterios de justicia redistributiva, mostrando cómo el capitalismo mejora eficazmente el bienestar material de las sociedades, sin que ello comporte el coste moral que le achacan sus críticos.»

Creemos que el principal error crucial del planteo de Oxfam es esta falacia tremenda del socialismo ponzoñoso y confrontante de asumir que la riqueza está dada y que solo hay que redistribuirla.

Si esto fuera así, estaríamos perdidos, toda vez que los 300 mil homo sapiens que agonizaban de hambre 100 mil años atrás, podían distribuirse entre ellos toda la riqueza del mundo. Y hoy, hay que hacerlo entre 7000 millones. Y pese a eso somos infinitamente más ricos. No solo que esos homo sapiens de hacen 100 mil años. Un hombre que vive en un barrio careciente, en viviendas precarias, en una capital de latinoamérica como puede ser Buenos Aires es hoy mucho más rico que el hombre más rico de Francia, hacen apenas 300 años atrás: Como nos muestra la historia, el rey de Francia en aquellos años, carecía de agua potable, vacunas, antibióticos, internet, televisión satelital, comunicaciones celulares, y la posibilidad de estudiar el universo que nos rodea, en la magnitud y la profundidad que hoy puede hacerlo cualquier niño en edad escolar, en uno de esos asentamientos urbanos. Nos falta muchísimo por recorrer. Pero hay estimaciones que hablan de que en el 2030 podríamos erradicar la pobreza del mundo. Como lo indican las Metas y Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas (5). Muy autorizadas opiniones coinciden con estos objetivos. Vemos como personas que han demostrado claramentew como generar riquezas, estiman como muy viable el logro de estas metas (6). No en base a quimeras y utopías socialistas, estatistas y dictatoriales, sino permitiendo el ejercicio del libre albedrío, liberando la iniciativa privada individual, generando el marco jurídico y la necesaria protección a la innovación, el cumplimiento de los contratos y la defensa de la propiedad privada de las inversiones y sistemas de producción.

Pero el punto sobre el que me gustaría enfatizar es: ¿Quiénes son los demonizados por Oxfam? ¿Quiénes son los que merecen el castigo de estos estatistas delirantes?: Veamos:

«A la cabeza de la lista se encuentran Bill Gates, fundador de Microsoft, con una riqueza que asciende a 75,000 millones de dólares; el español Armando Ortega, fundador de Inditex, con 67,000 millones de dólares y Warren Buffet, director ejecutivo de Berkshire Hathaway, con 60,800 millones de dólares.

Los otros cuatro son: Jeff Bezos, fundador de Amazon, con una riqueza de 45,200 millones de dólares; el creador de Facebook, Mark Zuckerberg, con 44,600 millones de dólares; Larry Ellison, cofundador de Oracle, con 43,600 millones de dólares; y por último Michael Bloomberg, fundador de Bloomberg LP, quien cuenta con una fortuna de 40,000 millones de dólares.» (7)

Como podemos ver, todos ellos son emprendedores en el estricto sentido de la palabra. Es inadmisible plantearse la mera posibilidad de atacar sus patrimonios, obtenidos en forma pacífica y a través de intercambios libres y voluntarios. Han sido los consumidores, con sus decisiones autónomas sobre sus compras y abstenciones de comprar los que han forjado sus fortunas.

Ha sido la visión y capacidad de lograr una mejor asignación de recursos lo que ha generado esa riqueza. Tanto Gates como Larry Ellison, diseñaron y perfeccionaron herramientas que incrementan de tal modo la productividad de sus usuarios, que estos han producido riqueza en exceso, que no solo ha elevado su nivel de vida sino que les ha permitido pagar los precios que estos empresarios proponian. Ortega y Bezos crearon negocios en ramas que ya existían, pero logrando fuertes mejoras en la logística, economía de escala y asignación de factores, que han posibilitado a los consumidores acceder a muchos más bienes y servicios, a precios más bajos.

Buffet y Bloomberg han accedido a su fortuna solo por haber logrado mejores asignaciones de recursos, inversiones, una adecuada evaluación de riesgos y el acceso de capitales y ahorros a empresas y productores. Zuckerberg dio a luz un modelo de negocios y una forma de comunicarnos que es prácticamente gratis para sus usuarios. Que nada pueden reclamarle ya que derivan una inmensa gama de posibilidades de comunicación y aprendizaje, sin comparación con el costo que les implica.

En definitiva, ninguno de ellos se ha apoderado de la plusvalía de nadie. Ni derivan su riqueza de la apropiación indebida de recursos dados o estáticos. La prosperidad y el crecimiento se basan precisamente en innovación, descubrimiento, creación, diseño de estrategias, bienes o servicios.

La economía no es ni nunca será un juego de suma cero, como lo conciben los socialistas totalitarios y estatistas, que proponen redistribuir en base a impuestos regresivos lo que los agentes económicos ya han distribuido previamente a través de la legitimidad de las ganancias y las pérdidas empresariales.

 

(1)  http://elpais.com/elpais/2017/01/13/planeta_futuro/1484311487_191821.html

http://eleconomista.com.mx/finanzas-publicas/2017/01/16/ocho-hombres-riqueza-medio-planeta-oxfam

(2) https://www.youtube.com/user/povertycure

http://www.povertycure.org/

(3)  http://www.libremercado.com/2017-01-17/diego-sanchez-de-la-cruz-el-igualitarismo-anticapitalista-de-intermon-oxfam-ataca-de-nuevo-81145/

(4) https://www.amazon.es/Creatividad-capitalismo-y-justicia-distributiva/dp/8472092909

(5) http://www.un.org/sustainabledevelopment/es/poverty/

(6) https://megaricos.com/2016/07/01/bill-gates-podemos-erradicar-la-pobreza-para-2030/

(7) http://eleconomista.com.mx/finanzas-publicas/2017/01/16/ocho-hombres-riqueza-medio-planeta-oxfam

Inflación: La Batalla del Siglo XX

El Dr. Covernton expone una charla de introducción a la problemática de la inflación, inversiones, gasto público y política monetaria.

 

La temprana partida del economista argentino es una gran pérdida para la causa de la libertad: Juan Carlos Cachanosky (1953-2015)

Publicado el 4/1/16 en: http://esblog.panampost.com/guillermo-covernton/2016/01/04/juan-carlos-cachanosky-1953-2015/

 

Lo conocí en 1980, en un ruidoso debate en la Universidad Nacional de Rosario, junto con Alejandro Antonio Chafuen, Alieto Guadagni y Alberto Benegas Lynch (h).

Yo era un estudiante de grado, que apenas ingresaba y Juan Carlos Cachanosky acababa de terminar su maestría y creo que se encaminaba a sus estudios de doctorado. Fue la célebre ocasión en que pronunció aquella recordada frase, que festejamos ruidosamente, pero que luego aprendí que era completamente anti académica: “hay dos clases de economistas, los austriacos y los equivocados”.

Mientras el rector de nuestra facultad agarraba a Guadagni del faldón del saco, que pugnaba por retirarse, absolutamente ofendido, nosotros lo festejábamos a las carcajadas.

A partir de ahí, cada vez que visitaba Rosario nos reuníamos a almorzar o a cenar. Muchas veces en compañía de su hermano Roberto Cachanosky, o de alguno de sus hijos, Iván o Nicolas. Reuniones que terminaban siempre con un Marlboro y una Coca Cola Light.

A instancias suyas, yo que era un chico criado en un medio rural, y que de casualidad, terminé mi carrera de grado, luego del fallecimiento de mi padre, tomé conocimiento de la existencia de estudios de posgrado, carreras académicas, documentos de investigación y un mundo que ignoraba. Por su insistencia me convertí en el primer alumno en la maestría que dirigía.

Fue Juan Carlos quien, luego de terminar de estudiar, me propuso llevarme a la Universidad Francisco Marroquín, a compartir su cátedra. Lo cual dió inicio a mi carrera académica por el mundo. Posteriormente me propuso compartir su cátedra de Macroeconomía en la Universidad Católica Argentina (UCA), la que me cedió completamente luego de un par de semanas de clases, según él, porque lo estaba haciendo mejor que él mismo. Tenía la costumbre de hace esos elogios absolutamente inverosímiles.

Mientras dirigía el Departamento de Economía de UCA me propuso para dirigir la cátedra de Finanzas Públicas, apoyado por su hijo Nicolas. Me invitó a dar cursos, seminarios y maestrías online, algo que compartimos por años. Me recibía en sus oficinas en Buenos Aires, cada vez que iba y me participaba de sus ideas, algunas de las cuales, directamente me pedía que las llevara a cabo por mi cuenta y lo mantuviera informado.

Fue, sin dudas el principal motor y apoyo académico de las sucesivas ediciones del “Congreso Internacional de Economía Austriaca en el Siglo XXI“, a punto tal que le ofrecí reiteradamente cederle mi posición de director académico, ya que sus contactos, gestiones, referencias y trabajo, aportaron siempre mucho más que mi dedicación al innegable éxito del evento. Invariablemente se negaba. Prefería quedar entre bambalinas.

Tuvo una clarísima conversación conmigo en sus anteriores oficinas, una tarde en que le confié que no me consideraba capaz de terminar mi doctorado. En apenas 15 minutos, no solo me hizo cambiar de idea, sino que, encima, me dio todas las claves que necesitaba para concluirlo. Eso era lo bueno de “cambiar ideas” con Juan Carlos… Vos llegabas con la tuya y te ibas con la suya.

Fue miembro de mi tribunal de tesis doctoral y, sin dudas, el más duro y objetivo oponente de todos sus integrantes, la amistad era un obstáculo más, porque se ponía más y más exigente.

Una persona que me apreciaba muchísimo. Que me ayudó siempre y desinteresadamente en todos mis estudios y trabajos académicos. Y con quién compartimos momentos muy divertidos.

Estoy absolutamente seguro que es la persona a quien más le debo por todos mis logros académicos. Y probablemente yo sea la persona a quién más ayudó en toda su carrera, aún considerando que fue siempre tremendamente generoso con todo el que se le acercaba con inquietudes interesantes.

Y hoy nos ha enseñado una nueva lección: debemos ponernos a escribir, ya mismo, todo aquello que estamos dejando para más tarde. Así no nos queda nada en el tintero. Nunca sabremos cuando nos vamos a ir.

JCC y Hayek

 

Europe We’re With You: Don’t Give Up Your Liberal Values

Publicado el 3/12/15 en: http://blog.panampost.com/guillermo-covernton/2015/12/03/europe-were-with-you-dont-give-up-your-liberal-values/?utm_content=buffer7ee45&utm_medium=social&utm_source=facebook.com&utm_campaign=buffer

 

Not an Inch to Islamist Terrorists

Across the world, people have responded to the coordinated terrorist attacks in Paris with condolences, sorrow, and pain. But the carnage has also sparked criticism of migration policies, gun control, civil rights, national security, and borders.

It must have been terrifying: teenagers running through streets, restaurants, and theaters with military-grade automatic weapons and bombs, murdering people in cold blood that they had never met.

It begs the question: why?

Just like scientists can only defeat diseases that they have studied, we can only face the threats that we know and understand.

Economists study human action: we try to understand why people behave the way that they do; how they make subjective valuations; and what incentives and goals they have.

The goal of the Paris terrorists was not to simply kill as many people as possible or somehow influence public opinion. Their real targets were the country’s institutions, France’s government, so they can force a democracy to act differently.

They are trying to put a nation on her knees and force her to comply with Islamistdemands. It’s extortion, pure and simple. Their message is clear: if you do not change your laws, the attacks will continue.

Who were the attackers? The Islamic State, an organization that has tried to occupy as much territory as it can in Asia, Africa, and even Europe. They seek to impose the shari’a, a set of Islamic laws that regulate the most intimate aspects of life, dictating how people must live, learn, value and treat women, trade, worship, and other more menial customs that are equally invasive.

In sum, they are a ruthless armed band who have no respect for a country’s laws and moral codes. Financed and trained abroad, they have one goal: to obstruct the democratic decision-making process and infringe upon individual rights, the hallmarks of our western values.

The strategy is to divide and undermine the legitimacy of the governments they target.

They try to generate public reactions toward policies that, up to the point of the attacks, had been widely accepted: the rule of law, a constitutional republic, and western Christian values. For example, the tolerance of foreigners, the acceptance of differences, debate and respect for dissent, freedom of religion, education, and expression, and the right to raise your children how you see fit: they have none of it.

Wherever they rule through force, they destroy other faiths, plunder the population, and sell the women into sexual slavery to placate the mercenaries.

Europe is concerned, surprised, and perplexed. They could not have anticipated these attacks.

We have a  moral duty to support the European public, help them, and make them realize what they are facing. When Latin America and Africa both suffered from the guerrilla threat in the 1960s and 1970s, educated and progressive Europeans did not understand us.

Totalitarian governments trained and equipped the murderous guerrilla with funds collected at gunpoint in countries with no democracy, republican values, or individual rights. While Marxism sought to extort and enslave our continents, Europe stood by, indifferent, if not complicit.

Let’s not commit the same mistake. Let’s help them understand and overcome this threat.

The Americas can show them the way. The best of our democratic republics and liberal constitutions, coupled with respect for different cultures and religions, can help shake off the fear.

The tools of Islamism are nationalism, xenophobia, intolerance, summary trials, and the closing of borders and trade — all values which are very prevalent in the Old World.

We must help Europe find its way and understand the liberties that their traditions, history, and culture have bestowed upon them.

What makes us democratic citizens is our blunt and full support for our constitutions’ underlying principles, the undeniable values of freedom, equality before the law, and respect for democratic institutions. These are values that have and will continue to rule these lands.

That is the only lesson the Americas can give to end terrorism.

América le da una mano a Europa en su momento más difícil

Publicado el 13/11/15 en: http://esblog.panampost.com/guillermo-covernton/2015/11/18/america-le-da-una-mano-a-europa-en-su-momento-mas-dificil/?utm_content=buffer6d3f2&utm_medium=social&utm_source=twitter.com&utm_campaign=buffer

 

 

Mostremosle el camino y ayudémoslos a entender lo que sus tradiciones, historia y costumbres les han negado a lo largo de la historia

La sucesión de hechos de sangre, sincronizados y coordinados, que sufrieron el pasado viernes, 13 de noviembre, los parisinos ha generado una ola masiva de manifestaciones públicas. Condolencias, lamentaciones, expresiones de piedad y de dolor. Pero también críticas a políticas migratorias, de control de armas, cuestionamientos a la vigencia de los derechos civiles y a políticas de seguridad y de integración internacional, entre muchas otras.

La situación se mostró dantesca: jóvenes de entre 15 y 18 años, corriendo entre el público con armas automáticas militares y bombas, en restaurantes, teatros, estadios deportivos y las calles, asesinando indiscriminadamente a personas que ni siquiera conocían y contra las que no tenían ningún motivo personal para segar sus vidas.

La pregunta obligada es ¿por qué?

Sólo podemos enfrentar las amenazas que conocemos y entendemos. Del mismo modo que el científico sólo puede vencer a la enfermedad que ha estudiado

La verdadera materia de estudio del economista es la acción humana. Entender por qué los hombres actúan del modo en que lo hacen. Cómo operan las escalas de valores subjetivas de cada individuo, los incentivos y la elección de medios y fines.

ft_Paris_attack

Todavía no hay ninguna explicación posible para justificar los ataques terroristas del Estado Islámico ocurridos en París. (Twitter)

Las personas que actuaron ayer en París no buscaban matar a las personas que murieron, ni influir en su voluntad de modo alguno. Buscaban atacar las instituciones, al Gobierno de un país, y torcer su voluntad, obligando a un Gobierno elegido de forma democrática a actuar de una manera diferente. Pretenden poner de rodillas a una nación entera y obligarla a cumplir con la voluntad de los atacantes islamistas. Su accionar es extorsivo. Su advertencia es clara: si no cambian sus políticas, seguiremos atacando.

¿Quiénes son los atacantes? El Estado Islámico, una organización que pretende ocupar el territorio de la mayor cantidad de países que pueda. En Asia Menor, África y aún en Europa. Para imponer allí la sharía, la ley islámica, un cuerpo de normas que se inmiscuye en los aspectos más íntimos y personalísimos de los seres humanos, condicionando su forma de vida, su educación, la forma de educar, tratar y valorar a la mujer, las ramas del comercio que se han de permitir, las religiones que se han de practicar (sólo una) y un sinnúmero de costumbres mundanas mucho menos relevantes, pero que afectan de igual modo la individualidad y la autonomía de la voluntad.

En definitiva, una banda armada, sin piedad, ni respeto por las normas de conducta y las leyes libremente aceptadas y elegidas por el país, asesina, amenaza y extorsiona, para imponer su voluntad a una nación soberana. Financiados y entrenados desde el exterior. Con el claro objetivo de afectar los mecanismos de decisión democrática y los derechos individuales de los ciudadanos, que son inherentes a la persona humana, por su condición de tal, y cuyo reconocimiento caracteriza a nuestra cultura y valores.

La táctica apunta a dividir, socavar los cimientos de legitimidad del Gobierno de los países a los que atacan. De esta manera, pretenden generar reacciones frente a políticas que, hasta los ataques, eran masivamente aceptadas, en un contexto social donde impera el Estado de derecho, la república democrática y los valores de occidente cristiano.

La tolerancia al extranjero, la aceptación de las diferencias, la discusión y respeto por el disenso, la libertad de culto, de comercio, de educación, de prensa y de educar a los hijos como sus padres lo consideren mejor son algunos ejemplos.

Nada de esto es aceptado por los atacantes. En los territorios donde se han impuesto por la fuerza de las armas, el saqueo de las riquezas de los invadidos es la fuente de financiamiento, las mujeres de los sometidos son una mercadería para sobornar a sus mercenarios apátridas, los lugares de culto y las costumbres religiosas son borradas y su reivindicación es causa de martirio.
Europa está consternada, sorprendida y perpleja. No lo esperaban ni lo conocían.

Nuestro deber moral es apoyarlos, ayudarlos y hacerles entender. Cuando América Latina y África sufrieron la misma amenaza, en las décadas de 1960 y 1970, la Europa culta y progresista no nos comprendió. Guerrilleros asesinos eran entrenados y equipados en países totalitarios, con fondos conseguidos mediante la confiscación y el saqueo de países oprimidos, en donde no existía ni la democracia, ni la república, ni los derechos individuales. Y mientras la prédica marxista buscaba extorsionar y esclavizar a nuestros países Europa se mostraba indiferente, sino cómplice.

No cometamos el mismo error. Ayudémoslos a entender y a superar la amenaza.

Sólo los americanos podemos mostrarles el camino. Sólo nuestras repúblicas democráticas, nuestras constituciones liberales, nuestro respeto por las costumbres, religiones y formas de vida diferentes pueden ayudar en este trance espantoso.

Los nacionalismos, la xenofobia, la intolerancia, la condena previa al inocente, el cierre de las fronteras y el comercio son las herramientas del islamismo. Todas costumbres y disvalores muy difundidos en la vieja Europa. Un continente que empezó a mirar con cierto interés a los valores de la América que se emancipó mucho antes que ellos de ese yugo, y con éxito, sólo cuando las dos mayores guerras que jamás vio el mundo los dejaron exhaustos y aterrados.

No cometamos el mismo pecado. Mostrémosle el camino. Ayudémoslos a entender lo que sus tradiciones, historia y costumbres les han negado.

Lo único que hace a alguien ciudadano de una de nuestras democracias, es la adscripción sin ambages ni reservas a los valores de nuestras constituciones. La aceptación incuestionable de los valores de la libertad. La sumisión absoluta al imperio de la ley, es decir el estado de derecho, y el respeto por las instituciones democráticas. Para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los que quieran poblar nuestro suelo.

 

Los desafíos para la libertad en el siglo XXI:

Conferencia presentada en la «Segunda Semana da Liberdade», realizada por el Instituto Liberal del Nordeste, en Fortaleza, Brasil, los días 23 y 24 de Mayo de 2014.

Agradecimientos:

Estimados amigos: En primer lugar, no puedo dejar de agradecer profundamente la cortesía del Instituto Liberal do Nordeste, a su presidente, Rodrigo Saraiva Marinho, al darme la oportunidad de poder compartir con Uds. tan importantes e interesantes ponencias. Quienes me antecedieron en el uso de la palabra, me han brindado muchos y muy importantes conocimientos que me enriquecen y me honran. Vaya también mi reconocimiento a todos los “palestrantes”.

En siguiente lugar, mi más profundo apoyo a la importantísima tarea de las instituciones hermanas.  Por todas las gestiones y esfuerzos que hacen en defensa de la democracia, la libertad, el estado de derecho y la economía de mercado. Y por el determinante apoyo a estas jornadas, que han hecho posible mi presencia hoy aquí.

Al Instituto Ludwig von Mises do Brasil, y a su presidente, Helio Beltrao, que ha aportado a importantes académicos, como el Prof. Dr. Ubiratán Jorge Iorio, un amigo personal que siempre apoya y difunde nuestras actividades académicas. Estoy en deuda hoy con él, porque esta vez no voy a poder servirle el asado argentino, como la última vez que estuvo en mi casa.

Finalmente quiere pedirles algunas disculpas. En  primer lugar, por dirigirme a Uds. en castellano, ya que no hablo portugués. Confío en que no sea una dificultad insalvable.

En segundo lugar, por venir a hablar de temas principalmente macroeconómicos, en un evento en el que se ha explicado muy bien la importancia que tienen para la libertad cuestiones fundamentales como: Las libertades políticas. El apoyo al emprendedurismo. Las normas constitucionales que reafirman la libertad. La libertad de imprenta. Y la libertad para educarse. Yo voy a intentar hacer una muy breve exposición sobre las amenazas a la libertad que pueden venir implícitas en determinados programas de política económica concreta.

Y espero que esto sirva para apreciar la excelente exposición que seguramente harán el Prof. Dr. Ubiratán Iorio y Raduán Melo, sobre un concreto programa de política económica: El plan Real.

 

Introducción:

 

El orden social de la libertad, nacido en el sueño de los griegos, perfeccionado durante la república romana y consolidado finalmente por la revolución americana, enfrenta tremendos desafíos.

Su mayor virtud es, sin género de dudas, el haber ganado definitiva y universalmente la batalla ideológica. En ninguna sociedad actual, en ninguna parte del mundo, ningún líder se atrevería a discutir las que se consideran sus más conspicuas características:

–          La libertad del individuo para elegir y ser elegido.

–          La necesidad de un gobierno ungido por un proceso democrático, electivo.

–          La duración limitada de los mandatos y la necesidad de su renovación.

–          La limitación al poder del gobernante, dada por una asamblea o parlamento.

Incluso en los regímenes más totalitarios del mundo se afirma que estas libertades y derechos deben ser ejercidos por los ciudadanos[i]. Y lo interesante es ver los argumentos del oficialismo, en ciertos casos[ii].

Pero esto no puede llevarnos a pensar que el orden social de la libertad ha logrado asentarse en todas las sociedades y que el modelo de sociedad, basado en la colaboración social libre y voluntaria, que permite la expresión permanente de todos sus integrantes, a través de cada una de sus decisiones cotidianas no corre peligro. Lúcidos observadores nos viene advirtiendo de los riesgos de ciertas conductas políticas que pueden terminar completamente con el marco político, institucional y económico que conocemos y deseamos, como marco para nuestra vida en libertad.[iii]

Y definimos de esta forma al orden social liberal, porque muchas veces se confunde la herramienta a través de la cual se configura a la sociedad, es decir el mecanismo democrático, con el objetivo de este ordenamiento social e institucional[iv]. El montaje de una escenografía democrática, de ninguna manera nos permite pensar que estamos frente a una sociedad que vive en libertad y respeta los proyectos de vida de cada uno de sus integrantes.

La necesidad  de la limitación del poder, implícita en la idea de los mandatos limitados no puede tergiversarse y bastardearse con la pretensión de re-elegibilidad permanente de algunos de nuestros tiranos de hoy día[v].

El valor supremo es el marco institucional que nos permita preservar la libertad de los ciudadanos. Nos referimos a la construcción y preservación de una sociedad en la que sus integrantes, con sus decisiones permanentes, puedan expresar sus preferencias, sus escalas de valores y jerarquizar sus esfuerzos y sus acciones, encaminadas a determinar qué medios utilizarán para el logro de que objetivos.

Y es que, en esencia, esto es lo que estudia esta rama de la praxeología que conocemos como cataláctica, y que hace a la esencia de la economía.

Y es por esa razón que voy a limitar mi análisis, en esta exposición que presentaré hoy a las amenazas que afectan el acontecer económico y que pueden poner en un serio peligro los cimientos de nuestras sociedades, la estabilidad de sus instituciones y las garantías constitucionales.

Voy a referirme ahora a los aspectos que afectan al funcionamiento económico de una sociedad, porque estos han mostrado ser altamente desequilibrantes del funcionamiento pacífico de esta, y porque fueron uno de los aspectos más enfatizados por los enemigos de la libertad

Subvertir el orden económico, afectando la producción, los precios y la colaboración social, genera el caldo de cultivo ideal para la tiranía.

Voy a recordar a un célebre economista, que estaba en las antípodas de nuestro pensamiento, pero que en esta tema tuvo un acierto indiscutible. Cuando advertía sobre las consecuencias del déficit fiscal como factor de destrucción del orden institucional y de la paz mundial. Me refiero, por supuesto a Lord John Maynard Keynes, y a su obra: “Las Consecuencias Económicas de la Paz”.[vi].

En la misma, como muchas otras posiciones, puede verse una condena fundamentada a la falta de disciplina fiscal.

Voy a volver luego sobre este tema. Ahora voy a referirme a lo siguiente:

 

 

La Manipulación de la moneda:

El mejor concepto que puede tenerse de la moneda, como institución social, es el mismo que tenemos sobre cualquier mercadería que está en el comercio: Es un bien que las personas adquieren para obtener determinados servicios, y del que se desprenden, para adquirir otros. Pensemos en una economía de trueque, donde se cambian bienes por bienes y veamos a la moneda como un bien más: Por lo tanto, se verá sujeta a la ley de la oferta y de la demanda. Cuando la oferta aumente, su precio caerá, cuando la demanda aumente, su precio acenderá.

Por supuesto que, una de las primeras conclusiones que aprendemos cuando abordamos la microeconomía es que los precios de los bienes sufren una feroz manipulación cuando son objetos del monopolio. El monopolista, entendido como el único oferente de cierto bien en determinado mercado, puede manejar el precio a su entera voluntad. Y por supuesto, el precio del monopolio será mucho más alto que el precio que hubiera fijado el mercado.

Por eso afirmamos categóricamente que no hay otro motivo para sostener el curso forzoso de la moneda que el intento de confiscar mediante la inflación  los ahorros del público. Por supuesto, que defendemos la libre competencia de monedas. Pero somos conscientes de que puede ser un objetivo difícil de alcanzar.

Por eso queremos advertir, que mientras tanto, es muy importante defender la libertad cambiaria. El libre acceso a los mercados de divisas. Porque el libre acceso a la compra de moneda extranjera es la segunda alternativa para proteger los ahorros particulares. Pero porque, además, sostenemos que la inflación que se deriva del curso forzoso y del consiguiente monopolio monetario es un mecanismo perverso para promover la dictadura. No solamente para financiar el gasto fiscal excesivo. Porque permite que el gobernante pueda gastar, aún sin el acuerdo o autorización del parlamento. Los ingresos del estado son legítimos, toda vez que provengan de impuestos votados por un asamblea legislativa democrática. La inflación es un recurso ilegítimo, porque escapa al control legislativo. Y además, por su capacidad para destruir las instituciones democráticas.

Manipulación del crédito y orientación arbitraria:

El crédito es una institución esencial al progreso y al crecimiento. La sana teoría económica sostiene y demuestra que el precio de los ahorros debe formarse en un mercado de oferta y demanda, sin restricciones. Y que, de esta forma, la cantidad de fondos ahorrados por lo particulares y familias se hace igual a la cantidad de fondos demandados por los empresarios, para inversión. Es que, mediante el proceso de evaluación de proyectos de inversión, la determinación de su Valor Actual Neto, (VAN) y de su Tasa Interna de Retorno, (TIR), los empresarios deben descartar aquellos proyectos con menor capacidad de repago. Con menos capacidad de creación de valor. El socialismo asume que los ahorros pueden ser confiscados o administrados en forma centralizada, aún contra la voluntad de sus propietarios. Y realiza esta política abusiva a través de las instituciones oficiales de crédito. También, mediante intervenciones arbitrarias sobre la tasa de interés, bajándola artificialmente, por medio de la expansión aparente de los fondos prestables.

Esto suele hacerse reduciendo los encajes bancarios. En sistemas financieros que mantienen encajes fraccionales, los bancos no disponen de la totalidad de los ahorros depositados a la vista. Prestan fondos que los particulares han depositado, pensando en retirarlos en cualquier momento. Este riesgo de “default”,  es evitado manteniendo reservas lo suficientemente altos como para minimizarlos. Pero altas reservas implican menos fondos prestables. Y menos fondos prestables, implican menos rentabilidad.

Pero la contrapartida de mayor rentabilidad es el incremento del riesgo. Por eso los banqueros privados, al tener que competir entre ellos, deben hacer una cuidadosa administración de estas decisión. Los sistemas de banca central que intervienen en este proceso, obligan a las entidades a mantener menores reservas. Incrementan el riesgo de quiebras bancarias, pero impiden que los bancos administren este riesgo. De esta forma, en vez de haber incumplimientos aislados, llevan a problemas sistémicos, en donde todas las entidades quedan comprometidas. Y luego impulsan la aprobación legislativa de rescates financieros que son arbitrarios. Y que se financian con emisión monetaria, inflación y destrucción del ahorro privado.

Pero además, desapoderan a los banqueros de la decisión de financiar o no a ciertos proyectos. Ya no se eligen los proyectos por motivos racionales. Por su tasa de retorno. Se eligen arbitrariamente, por razones políticas, de apoyo al gobierno. Y generan enorme corrupción administrativa, clientelismo política.

Esta conducta gubernamental destruye el estado de derecho. Despoja al sistema capitalista de su principal virtud. Que las ganancias se deriven únicamente de la capacidad de los empresarios de satisfacer las necesidades de los consumidores. Como muy bien describió Ludwig von Mises en su obra “Planing for Liberty”,  en su capítulo: “De las ganancias y las pérdidas” luego expuesto más ampliamente en “La Acción Humana”[vii]. Estas políticas son una de las claves para destruír la democracia, la libertad y el sistema económico.

En este sentido, Marx recomendaba: “Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo”[viii].

 

Restricciones al libre comercio:

El libre comercio, además de ser un tema moral y de lógica económica, presenta aspectos importantísimos, en lo relacionado con el sector externo de la economía.

El comercio libre es un corolario evidente de la “Ley de asociación”, de David Ricardo[ix]. Uno de los temas preferidos de ese gran profesor que fue Manuel Ayau Cordon[x], y sobre el que luego enfatizara Ludwig von Mises en el 3er apartado del capítulo 8 de “La Acción Humana”, llamado “La división del trabajo”[xi].

Mediante esta pacífica y colaborativa actividad, los agentes económicos crean valor, ya que descubren utilidades marginales ocultas y la forma de satisfacer necesidades más valoradas por los consumidores.  Si la agricultura de subsistencia fue la que sacó al hombre de la miseria famélica, la especialización y la división de las labores, entre aquellos con mayores habilidades y destrezas para cada actividad, le posibilito crear el desarrollo tecnológico actual. Y si esto es válido par el odontólogo o para el ingeniero, que se especializa en su profesión y compra absolutamente todos sus alimentos y vestimenta, es igualmente cierto para los países y para toda sociedad organizada.

Pero, además, puede demostrarse mediante el análisis económico serio, que el exceso de gasto público, por encima de las posibilidades productivas de una sociedad, cualquiera que sea la herramienta de financiamiento que se elija, termina destruyendo el comercio exterior y generando déficit de balance comercial.

Este enfoque ya no es considerado controversial y es totalmente aceptado por los economistas rigurosos. Se le conoce también como el problema de los “déficits gemelos”[xii].

Esto se produce ya que un exceso de gasto público, que supere los recursos del estado, debe encontrar algún mecanismo de financiamiento, porque sinó, llevaría a la quiebra del estado y a su paralización.

Si este exceso de gasto público se pretendiera financia mediante endeudamiento interno, la mayor demanda de fondos prestables, en un mercado relativamente pequeño, como lo es del del propio país, al provocar un aumento de demanda relevante, y una suba de las tasas de interés incompatible con ls condiciones macroeconómicas, incrementa los costos de las empresas, en el corto y largo plazo, pero, además, disminuye la inversión en planta y equipo, lo que elevará los costos en el largo plazo y producirá la pérdida de competitividad internacional de esta economía. A mediano plazo: déficit  comercial.

En cambio, si se pretendiera financiar mediante endeudamiento externo, esta fuente de financiamiento inunda el mercado de divisas de moneda extranjera.  El incremento de la oferta de divisas hace caer correlativamente su precio. Y esto afecta la rentabilidad de la actividades de exportación, ya que el costo de los insumos, medidos en moneda local, se mantiene.

Pero el precio de los productos, que se mantiene en divisas, al ser convertido a moneda doméstica a un precio más bajo, disminuye. Las ganancias se minimizan. Los productores marginales incurren en pérdidas y luego desaparecen. A mediano plazo, déficit comercial.

La emisión comercial produce una suba de precios internos, por inflación que impacta en los costos. Esto hace desaparecer la rentabilidad de los productos exportados, o sino, obliga a devaluar gradualmente la moneda, acompañando esta distorsión. Las sucesivas devaluaciones alejan la inversión, por imposibilidad de calcular con algo de certeza los Valores Actuales Netos, (VAN), y sus Tasas Internas de Retorno, (TIR). En el mediano plazo, disminución de la producción, de la productividad y déficit comercial.

Si se pretendiera financiar mediante el aumento de la presión tributaria, la consecuencia es inediata: Los impuestos son costos. Disminuye la rentabilidad y se repite la secuencia ya mencionada.

El incremento de la presión tributaria, era una de las recomendaciones de Karl Marx[xiii]:

“Solo hay una manera de matar al capitalismo: con impuestos, impuestos y más impuestos”.   

Todos estos desequilibrios nos llevan finalmente a una gradual, pero muy grave pérdida de la libertad. Inflación, controles de precios, limitaciones al comercio exterior que reducen la competencia, generan mayores incrementos de precio, y más riesgo para la actividad comercial.

Esto, combinado con la inflación, generan  tasas de interés en alza, lo cual encarece el financiamiento del capital de trabajo, disminuye la competencia, genera quiebras, desempleo y caos social.

Las garantías individuales son avasalladas, bajo la excusa de que se vive bajo la amenaza de una emergencia económica terminal, que debe conjurarse.

Como corolario, se pierden derechos civiles, libertades esenciales, luego el control de los organismos del estado, se impulsa la discrecionalidad de las políticas, lo cual aumenta el clientelismo político. Todo este caos concluye con la pérdida de los principios republicanos, de la democracia y de la libertad.

Finalmente, no quiero dejar de disculparme por haber hecho una presentación tan sencilla. Pero es que he preferido la claridad, evitando deliberadamente ese tono de arrogancia científica lamentablemente muy común, , en ciertos ámbitos. Por eso mismo quiero dejarles la versión escrita de mi trabajo, que espero, van a encontrar mucho más enriquecedora, luego de la lectura de sus numerosas referencias bibliográficas.

Y, por supuesto, dado que la misma es inédita, original ya que fue  preparada especialmente para este evento, quiero ceder a los organizadores los derechos para poder publicarla de la manera que crean más conveniente. Muchísimas gracias por su inestimable atención.

 

 

[i]  http://www.huffingtonpost.es/2014/03/09/elecciones-en-corea-del-n_n_4928941.html

http://www.infobae.com/2014/03/10/1549011-elecciones-corea-del-norte-100-los-votos-kim-jong-un

 

[ii] http://www.cubadebate.cu/especiales/2013/02/09/elecciones-en-cuba-el-antes-y-el-ahora/#.U3fCVvl5P50

http://www.ecured.cu/index.php/Sistema_electoral_cubano

http://www.cubainformacion.tv/index.php/lecciones-de-manipulacion/48159-elecciones-en-cuba-datos-que-el-mundo-no-debe-conocer-para-que-no-pueda-comparar

 

[iii] http://independent.typepad.com/elindependent/2006/06/declogo_del_pop.html

 

[iv] http://www.cubademocraciayvida.org/web/article.asp?artID=24269

http://economiaparatodos.net/democracia-no-es-lo-mismo-que-libertad/

 

[v] http://www.cubademocraciayvida.org/web/article.asp?artID=24710

 

[vi] http://www.bdigital.unal.edu.co/3542/1/CONSECUENCIAS_ECONOMICAS_PAZ_KEYNES.pdf

http://www.eseade.edu.ar/files/Libertas/3_14_Mises%20Cap%20IV.pdf

 

[vii] http://es.scribd.com/doc/103651247/Ludwig-von-Mises-Planificacion-para-la-libertad-y-otros-ensayos

http://www.usergioarboleda.edu.co/prime/La%20Acci%C3%B3n%20Humana%20de%20Ludwig%20von%20Mises.pdf

 

[viii] http://pendientedemigracion.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/47mpc/i2.htm  y también explicado por Charles Phillbrook en  http://www.elcato.org/el-manifiesto-comunista-y-esta-crisis-financiera

 

[ix] https://www.youtube.com/watch?v=TkBw-4SmvYQ

http://www.biblioteca.cees.org.gt/topicos/web/topic-718.html

 

[x] http://www.prensalibre.com/opinion/Dr-Ayau_0_312568784.html

 

[xi] http://www.mises.org/humanaction/chap8sec3.asp#p159

 

[xii] http://www.bbvaresearch.com/KETD/fbin/mult/Economic_Watch_Twin_Deficits_ESP_tcm346-288006.pdf?ts=842014

http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/ec/2011/mts.pdf

 

[xiii] http://www.libertarianismo.org/atlasst/media/textos/Frases_Celebres_sobre_los_Impuestos.pdf

 

Conflicto de visiones: Los orígenes ideológicos de las luchas políticas

Puede resultar de mucha ayuda, para comprender el problema de las visiones diversas, la lectura de este trabajo de Thomas Sowell

Introducción

«Es frecuente que las mismas personas tengan puntos de vista contrapuestos en relación con un gran número de problemas aunque éstos no tengan relación entre sí. Difieren en cuanto al papel del gobierno, la actitud ante la delincuencia, la guerra, el divorcio, la pena de muerte, el aborto, el papel de los jóvenes e innumerables otros asuntos. Ahora bien, si observamos con más cuidado nos damos cuenta de que esta oposición no es casual, de que estas personas razonan a partir de premisas diferentes, frecuentemente implícitas, y que son esas premisas las que brindan esa coherencia a su oposición. Ambos tienen perspectivas diferentes, distintas visiones de cómo funciona el mundo.

Inevitablemente, el reflejo o la aprehensión de la realidad sólo puede efectuarse mediante grandes síntesis que, inevitablemente, dejan fuera muchos elementos de esa realidad. Sería magnífico si no tuviéramos que recurrir a esas síntesis y pudiéramos aprehender la realidad directamente pero, por supuesto, eso es imposible. La realidad es demasiado compleja como para que la mentalidad de nadie sea capaz de aprehenderla. Esas síntesis son los únicos instrumentos de que disponemos para captarla. Aunque son instrumentos maravillosos nunca debemos confundirlos con la realidad misma y siempre debemos tener en cuenta que es posible que hayamos pasado por alto algunos elementos significativos.

Las visiones son la base, el fundamento, sobre el que se elaboran las teorías. La estructura final de éstas no sólo depende de ese fundamento sino del cuidado y la coherencia con hayan sido elaboradas y de en que medida concuerden con los hechos. Las visiones son subjetivas, pero las buenas teorías tienen implicaciones claras, y los hechos pueden comprobar y medir su validez objetiva.

Las visiones sociales son importantes. Las políticas basadas en ellas tienen consecuencias que recorren las sociedades y reverberan a través de los años e, inclusive, de las generaciones. Las visiones preparan las agendas del pensamiento y de la acción, y llenan las brechas en el conocimiento individual. Un hombre puede actuar de una forma en un área que conoce bien y de forma totalmente distinta en otra, donde se apoya en una visión que nunca ha comprobado empíricamente. Un médico puede ser conservador en asuntos médicos y revolucionario en problemas sociales.

Desde el punto de vista de las motivaciones personales, las ideas pueden ser simplemente fichas con las que los demagogos y los oportunistas juegan a la política. Sin embargo, desde una perspectiva histórica más amplia, esos individuos también pudieran ser vistos como simples portadores de ideas, como vehículos que transportan las ideas de una manera tan inconsciente como las abejas transportan el polen. Juegan, de esa forma, un papel importante en el metabolismo social aunque ellos mismos no estén conscientes del mismo y sólo se encuentren persiguiendo objetivos estrictamente individuales.

El papel de los intelectuales en la historia ha sido el de contribuir a la formación de esas vastas y poderosas corrientes de opinión que impulsan la actividad humana. El efecto de las visiones no depende de su formulación coherente y, ni siquiera, de que sus portadores estén conscientes de las mismas. Muchos hombres «prácticos» desdeñan las teorías porque no se han detenido a analizar el fundamento ideológico de su propia actividad. Como decía Keynes, muchos de esos hombres «prácticos» simplemente son esclavos de las ideas de algún economista muerto desde hace dos o tres siglos.

DOS PERSPECTIVAS; LA CONSERVADORA Y LA REVOLUCIONARIA

Divergencias en cuanto a la naturaleza del hombre.

La naturaleza del hombre: la perspectiva conservadora o restringida.

En 1759, en su Teoría de los Sentimientos Morales», Adam Smith señalaba que «… si (el hombre) fuera a perder su dedo meñique no podría dormir por la noche pero, siempre que nunca los haya visto, roncaría con la más profunda seguridad sobre la ruina de cien millones de sus hermanos».

En la perspectiva de Adam Smith, las limitaciones morales del hombre en general, y su egocentrismo en particular, no son lamentadas ni consideradas como cosas a cambiar. Son tratados como hechos, como características propias de la vida. Estas limitaciones constituyen las restricciones fundamentales de su perspectiva. Por consiguiente, el problema moral y social fundamental es conseguir los mejores resultados posibles a partir de esas limitaciones mas bien que disipar energías en tratar de cambiar la naturaleza humana, un intento que Smith consideraba tan vano como sin sentido.

En vez de considerar la naturaleza humana como algo que pudiera o debiera ser cambiado, Smith trataba de determinar cuál sería la manera más efectiva de alcanzar los mayores beneficios morales y sociales posibles, dentro de las limitaciones de la naturaleza humana. Su punto de vista era muy similar al de Alexander Hamilton, el principal autor de El Federalista, que afirmaba:

«Es el destino de todas las instituciones humanas, aún de las más perfectas, el tener defectos así como virtudes, propiedades buenas así como malas. Esto proviene de la imperfección de su Institutor, el Hombre».

Sin embargo, es evidente que una sociedad no puede funcionar si cada persona fuera a actuar como si su dedo meñique fuera más importante que las vidas de cientos de millones de seres humanos. Pero aquí la palabra clave es actuar. En general, los hombres no actuamos de forma tan groseramente egoísta, aunque frecuentemente esa sea la inclinación espontánea de nuestros sentimientos. Esto se debe a factores como la fidelidad a ciertos principios morales, a los conceptos de honor y de nobleza más bien a que amemos al prójimo como a nosotros mismos. A través de estos artificios culturales se puede persuadir a los hombres a que hagan por su propia imagen lo que no estarían dispuestos a hacer por su prójimo. Estos conceptos eran vistos por Smith como la forma más eficiente de hacer el trabajo moral al menor costo psíquico. Su respuesta era esencialmente económica: un serie de compromisos, de transacciones y de incentivos más bien que de una hipotética solución mediante la transformación de la naturaleza humana.

Según Smith los individuos no buscaban conscientemente beneficios económicos para la sociedad sino que, bajo la presión de la competencia y los incentivos de la ganancia individual, estos beneficios surgían espontáneamente de las interacciones del mercado. Los beneficios sociales eran sistémicos (derivados del funcionamiento de un sistema y no de un propósito consciente). Es importante recordar que el mercado no es la única interacción que, pese a ser espontánea, crea productos altamente complejos y organizados. El idioma, por ejemplo, es otra. Este es un punto muy importante porque tenemos la tendencia a pensar que cualquier resultado deseable tiene que ser el producto de acciones conscientes y deliberadas, pero no es así. En la vida social hay un gran espacio, útil y constructivo, para las interacciones espontáneas y sus beneficios sistémicos.

La naturaleza del hombre: la perspectiva no restringida o revolucionaria.

Quizás ningún libro del siglo XVIII contraste tanto con la visión del hombre de Adam Smith como la «Investigación Concerniente a la Justicia Política» de William Goodwin, publicada en 1793. Mientras que para Adam Smith la única forma de llevar al hombre a actuar para el bien de los demás es ofreciéndole incentivos para que lo haga, para Goodwin, el hombre es perfectamente capaz de considerar las necesidades de los demás como más importantes que las suyas propias y, por lo tanto, es capaz de actuar de forma consistentemente imparcial, aun a costa de sus propios intereses. La intención de beneficiar a los demás es «la esencia de la virtud» y el único camino a la felicidad.

Por supuesto, esta afirmación no es una generalización empírica sobre el coportamiento de la mayoría de las personas sino una tesis sobre la naturaleza subyacente del ser humano. A diferencia de Smith, que consideraba natural el egoísmo, Goodwin lo consideraba como un vicio promovido por el mismo sistema de recompensas que se empleaba para dirigirlo hacia fines sociales. Según Goodwin, «la esperanza de recompensa» y «el temor del castigo» eran «erróneas en si mismas» y «contrarias al mejoramiento de la mente»(1). Era la misma tesis de Condorcet que rechazaba la idea de tratar de «utilizar para el bien los prejuicios y los vicios en vez de tratar de superarlos y reprimirlos». Esos «errores», según Condorcet confundían al «hombre natural» y sus potencialidades con el hombre actual, «corrompido por los prejuicios, las pasiones artificiales y las costumbres sociales».

¿QUE HACER ANTE LOS PROBLEMAS SOCIALES?

Compromisos versus soluciones

La prudencia, el cuidadoso sopesar de los compromisos es vista de forma muy diferente en la visión restringida o conservadora y la no restringida o revolucionaria. Dentro de la perspectiva conservadora de la naturaleza humana, donde lo único a lo que podemos aspirar es a negociaciones y compromisos, la prudencia es una de las más altas virtudes. Edmund Burke la llamaba «la primera de todas las virtudes» y afirmaba que «nada es bueno sino en proporción con otros factores y con referencia a otros asuntos», es decir, como transacción y compromiso.

Por el contrario, Goodwin, seguramente pensando en Adam Smith, despreciaba a «esos moralistas que sólo piensan en estimular los hombres a las buenas acciones mediante consideraciones de frígida prudencia y mercenarios egoísmos» en vez de tratar de estimular «el magnánimo y generoso sentimiento de nuestra naturaleza».

En la visión no restringida o revolucionaria se encuentra implícita la noción de que lo potencial es radicalmente diferente de lo real, de que existen medios para mejorar la naturaleza humana y acercarla a ese potencial para que el hombre haga las cosas justas por las razones correctas más bien que por recompensas económicas o psicológicas. Condorcet decía que, con el tiempo, el hombre podría «cumplir por inclinación natural los mismos deberes que hoy le cuestan esfuerzo y sacrificio» (2). «La perfectibilidad del hombre» -decía- «es verdaderamente indefinida».

Aunque la palabra «perfectibilidad» ha caído en desuso, el concepto ha sobrevivido intacto hasta nuestro tiempo. El concepto de que «el ser humano es un material sumamente plástico» sigue jugando un papel clave entre los pensadores contemporáneos que comparten la visión revolucionaria. Dentro de esta perspectiva, el concepto de «solución» juega un papel crucial. Se logra una solución cuando ya no es necesario hacer compromisos o negociaciones porque se ha conseguido transformar la naturaleza humana. Es precisamente ese objetivo de encontrar una «solución» final el que justifica sacrificios iniciales que, de otra forma, serían considerados inaceptables.

Divergencias en cuanto a los efectos de las acciones y la moralidad social

Goodwin clasificaba las acciones humanas en intencionales y no intencionales, y cada una de estas, a su vez, en benéficas y perjudiciales. La acción intencional benéfica era la virtud. La acción intencional perjudicial era el vicio. La acción no intencional perjudicial era la negligencia. Pero, para Goodwin, la acción no intencional benéfica no existía. Es una categoría ausente de su pensamiento.

Sin embargo, esa misma categoría es central en el pensamiento de Adam Smith. Y es bueno recordar que Adam Smith no era ningún adulador de los capitalistas y que, antes de Marx, ningún economista los fustigó tan ácidamente. Smith caracterizaba las intenciones de los capitalistas de «mezquina rapacidad» y comentaba que eran gente «que rara vez se reúne, ni siquiera para divertirse, y cuya conversación siempre termina en una conspiración contra el público, o en algún esquema para subir los precios». Las intenciones, tan decisivas para Goodwin, carecían de mayor importancia para Smith. Lo importante, para él, eran las características sistémicas de una economía de competencia, que producían beneficios sociales independientemente de las mezquinas intenciones individuales. Y, por supuesto, habría de ser Rosseau el campeón de la visión revolucionaria, el principal expositor de la tesis de que la naturaleza humana no tiene ninguna limitación inherente y que los vicios sólo son el producto de las instituciones sociales.

Diferencias en cuanto a la posibilidad de poder conocer adecuadamente los fenómenos sociales

Las concepciones epistemológicas (relativas al conocimiento) son muy diferentes en la visión conservadora y en la revolucionaria. En la concepción conservadora el conocimiento individual es esencialmente insuficiente para tomar decisiones sociales. Si la deficiencia del conocimiento individual suele gravitar pesadamente sobre los problemas individuales, mucho más lo será en relación con los complejos fenómenos de la sociedad. En esta visión, el progreso sólo es posible gracias a una infinidad de acuerdos sociales que trasmiten y coordinan el conocimiento de muchísimos individuos. Y no sólo el suyo sino también el de las generaciones pasadas. En la visión conservadora el conocimiento es sobre todo experiencia. Experiencia trasmitida, en gran medida, de manera implícita, no expresa, y del que son ejemplos desde las tradiciones hasta los precios.

«No todo conocimiento es parte de nuestro intelecto. Nuestros hábitos y capacidades, nuestras actitudes emocionales, nuestros instrumentos y nuestras instituciones, son en este sentido adaptaciones a experiencias pasadas que han ido acumulándose mediante una eliminación selectiva de las conductas menos adecuadas. Son una parte tan indispensable de la praxis exitosa como nuestro conocimiento consciente. Hay más inteligencia incorporada en el sistema de reglas de conducta que en las reflexiones de cualquier individuo sobre el medio que lo rodea.

El conocimiento es la experiencia social de las masas materializado en sentimientos y hábitos más bien que en las razones explícitas de unos cuantos individuos, por muy talentosos que estos puedan ser. Como dice Burke:

«Nos da miedo poner a los hombres a vivir y a comerciar de acuerdo a sus solos recursos privados de raciocinio porque sospechamos que esos recursos son escasos en cada hombre, y que los individuos harían mejor recurriendo a los recursos generales de las naciones y de los siglos». Esa destilación cultural del conocimiento debe ser considerado como un probado cuerpo de experiencia que ha funcionado, y que sólo debe ser cambiado tras el más riguroso, y hasta renuente, de los exámenes.

Sin embargo, la visión revolucionaria tiene una apreciación totalmente opuesta. Según ella, es perfectamente posible comprender y, por consiguiente, dominar los complejos fenómenos sociales. «La verdad y, sobre todo, la verdad política no es difícil de adquirir», decía Goodwin. Lo único que hace falta es «una discusión independiente e imparcial» entre gente «sincera y sin ambiciones». La naturaleza del bien y del mal, para Goodwin, era «uno de los temas más sencillos» de comprender. Posteriormente esa misma posición ha reaparecido una y otra vez. Según Bernard Shaw, los males de la sociedad «no son ni incurables ni siquiera difíciles de curar cuando se han diagnosticado científicamente». Según Shaw, la sociedad existente «es sólo un sistema artificial susceptible de casi infinitos reajustes y modificaciones. Más aun, prácticamente puede ser demolido y substituido de acuerdo a la voluntad del Hombre». Es decir, que las dificultades para comprender y controlar los fenómenos sociales no constituyen una dificultad fundamental. La dificultad fundamental se encuentra en la deliberada obstrucción de su solución.

Nota: Muy vinculada a esta concepción esta la idea de que la eliminación de la pobreza es una tarea relativamente fácil. Dados los vastos recursos de la ciencia y la técnica modernas, bastaría con aplicarlos para eliminar la miseria. La fuente fundamental de la pobreza está en la falta de disposición para afrontarla. De la misma forma en que se minimizan las dificultades para superar las debilidades de los individuos, se minimizan las dificultades para superar las debilidades de las naciones. Y de la misma forma en que se exagera la potencialidad de los individuos, confundiéndola con la realidad, también se confunde la potencialidad de los países con su realidad.

En la visión revolucionaria, la razón ocupa el lugar de la experiencia. Según Goodwin, el papel de la experiencia es muy exagerado en comparación con «el poder general de una mente cultivada». Por consiguiente, consideraba que, en gran medida, la sabiduría de los siglos era simplemente la ilusión de los ignorantes. Según Goodwin:

«Nada debe ser mantenido porque es antiguo, porque nos hemos acostumbrado a considerarlo como sagrado, o porque resulta insólito cuestionarlo». Igualmente, según Condorcet, «todo lo que tenga el sello del tiempo debe inspirar desconfianza más que respeto». Es «sólo por meditación», decía «que podemos llegar a cualquier verdad general en la ciencia del hombre».

Debido a la capacidad de «la mente cultivada» de aplicar la razón directamente a los hechos, no había necesidad de ceder ante el inarticulado proceso sistémico que se expresa en la sabiduría colectiva del pasado. Implícita en la visión revolucionaria hay una profunda diferencia entre las conclusiones a que pueden llegar las «personas de mente cultivada» y las de «mente estrecha». De aquí se deduce que el progreso significa elevar los primeros al nivel de los segundos.

«El verdadero mejoramiento intelectual demanda que la mente sea elevada, tan rápidamente como sea posible, a las alturas del conocimiento ya existente entre los miembros ilustrados de la comunidad, y empezar de ahí en la búsqueda de ulteriores adquisiciones».

El rechazo del concepto de sabiduría colectiva deja las comparaciones entre las concepciones individuales como único criterio de evaluación.

En la visión conservadora, por el contrario, se parte de «la necesaria e irremediable ignorancia de todo el mundo», como dice Hayek. La toma de decisiones racionalista de la visión revolucionaria «exige el completo conocimiento de todos los hechos relevantes», lo que es completamente imposible puesto que el funcionamiento de la sociedad depende de la coordinación de «millones de hechos que, en su conjunto, no puede conocer nadie». En la perspectiva conservadora, el conocimiento abarca toda la multiplicidad de la experiencia, demasiado compleja para una articulación explícita. Es una «sabiduría sin reflexión, inculcada tan profundamente que se convierte prácticamente en reflejos inconscientes». Pero la sabiduría sistémica, expresada de manera inarticulada en la cultura popular, tiene más probabilidades de estar en lo cierto que las grandes visiones de unos pocos intelectuales. En la concepción conservadora, la sociedad suele compararse con un organismo vivo que no puede ser reconstruido sin consecuencias fatales.

No se trata de negar la relativa superioridad de los expertos dentro de un estrecho sector del conocimiento humano. Lo que se niega es que esta superioridad, relativa y limitada, vaya a conferir una superioridad general sobre otros tipos de conocimiento más ampliamente difundidos. En esta perspectiva restringida, conservadora, donde se concibe el conocimiento como fragmentario y difundido, la coordinación sistémica de los muchos es considerada superior a la sabiduría especial de los pocos.

Hayek señalaba que «prácticamente todo individuo tiene alguna ventaja sobre los demás porque posee alguna información única que se puede aprovechar, pero sólo si se le dejan las decisiones que dependen de la misma o si se toman con su activa cooperación».

Y, nuevamente Adam Smith: «El estadista que intentara dirigir a la gente en cuanto a la forma en que debieran emplear sus capitales, no sólo echarían sobre si mismo un trabajo totalmente innecesario sino que asumiría una autoridad que no puede darse con seguridad no sólo a ninguna persona sino a ningún concilio o senado, y que podría ser más peligrosa en las manos de un hombre lo suficientemente loco y presuntuoso como para imaginarse capaz de ejercerla».

Dos visiones: racionalidad articulada versus racionalidad sistémica

Es importante comprender las divergencias de las dos visiones en cuanto a su apreciación de la racionalidad. En efecto, aunque todos los fenómenos tienen una causa, los seres humanos pueden ser incapaces de especificarla. Con todo, en la visión conservadora lo que constituye el factor decisivo es la fuerza de los procesos no articulados para movilizar y coordinar el conocimiento.

Para Goodwin el conocimiento mismo es sinónimo de la racionalidad articulada. Cualquier actividad sin «una razón explícita» es actuar «con prejuicio». En la visión revolucionaria, estos dos significados prácticamente se funden, y decir que un fenómeno tiene causa es prácticamente igual a decir que esa causa puede especificarse. De aquí que las decisiones se tomen sobre la base de las razones que pueden argumentarse, y que esas razones se consideran prácticamente las únicas a tomarse en cuenta.

En la visión conservadora, por el contrario, siempre hay que dejar mucho espacio para las razones que no pueden especificarse y que sólo podemos conocer a través de procesos sociales. Hamilton decía que es extremadamente fácil, para cada bando, decir un gran número de cosas plausibles». Pero, como señalaba Hayek, es suficiente que la gente «sepa cómo actuar en consonancia con las reglas, sin saber lo que las reglas son explícitamente». De aquí el papel tan diferente que las dos visiones conceden a los intelectuales.

Según Goodwin, «la razón es el instrumento adecuado, y suficiente, para regular las acciones de la humanidad». Lo que hace falta es inculcar «los puntos de vista justos sobre la sociedad» en «los miembros reflexivos y liberalmente educados» que, a su vez, según Goodwin, serán los «guías e instructores del pueblo». Esta idea ha sido un tema constante en la visión conservadora. Es la visión de los intelectuales como consejeros desinteresados. Como decía Voltaire, «los filósofos, al no tener interés particular que defender, sólo pueden hablar a favor de la razón y del interés público. Condorcet hablaba de «los filósofos verdaderamente ilustrados ajenos a la ambición». Y D’Alambert, «la mayor felicidad de una nación se realiza cuando los que gobiernan están de acuerdo con los que la instruyen». Una derivación moderna de esta convicción es el papel asignado a los «expertos» dentro de las burocracias gubernamentales para tratar de «resolver» todo tipo de problemas sociales.

Muy por el contrario, la visión conservadora, siempre ha considerado con profundo escepticismo el papel de los intelectuales en la dirección de la sociedad. Como decía Burke: «tratan de restringir a ellos mismos o sus seguidores la reputación de buen sentido, cultura y buen gusto» y son capaces de «llevar la intolerancia de la lengua y la pluma hasta la persecución» de los demás. Adam Smith se refiere al «hombre de sistema», que cree ser un «sabio en su vanidad» y que «parece imaginar que puede organizar los diferentes miembros de una gran sociedad con la misma facilidad con que la mano arregla las diferente piezas en un tablero de ajedrez».

Dos visiones; sinceridad versus fidelidad

Debido a las diferencias en cuanto a la posibilidad cognoscitiva de cada individuo y la efectividad que pueda tener ese conocimiento para decidir complejos problemas sociales, las dos visiones le dan una importancia muy distinta a la sinceridad. En la visión revolucionaria, donde se confía en que la actividad del individuo «consciente» puede conseguir directamente resultados importantes, la sinceridad y la dedicación son esenciales. Según esta visión, los principales obstáculos para conseguir los resultados deseados consisten, en primer lugar, en la ignorancia, en que la gente no sabe cómo conseguirlos (y de aquí la necesidad de las minorías «conscientes») y, en segundo lugar, en que los que saben no quieren conseguirlos debido a conflicto de intereses.

Los intelectuales que plantean la dificultad de resolver los problemas sociales desesperan a los partidarios de la visión revolucionaria. No pueden creer que sean sinceros. De ahí su tendencia a considerar a sus adversarios como esencialmente deshonestos. Son sobornados por sus adversarios, corrompidos, hipócritas y hasta malévolos. Es aquí donde el error se hace sinónimo de pecado, y donde algunos partidos cobran su parecido con las iglesias.

En la visión conservadora, por el contrario, el enfoque es completamente distinto. Sus partidarios consideran que nadie pueda saber, realmente, cómo resolver los problemas sociales. De aquí que consideren natural que se cometan errores, y que tiendan a no dudar de la sinceridad de sus adversarios. Es por esto que consideran la sinceridad como una virtud menor que, en ocasiones, puede ser hasta negativa, como cuando la gente se obstina en ideales socialmente contraproducentes. Como decía Burke: «pueden hacer las peores cosas sin ser los peores de los hombres».

En la visión conservadora, lo importante es la fidelidad al papel que nos toca jugar en la sociedad. En efecto, para los conservadores es posible alcanzar progreso social mediante el simple y fiel desempeño de esos modestos papeles individuales, gracias a sus efectos sistémicos. De aquí, que el deber del negociante sea la fidelidad a sus accionistas, a los que les han confiado sus ahorros, y no a la sincera prosecución de algún ideal mediante donaciones caritativas o inversiones técnicamente dudosas, que puedan poner en peligro esos ahorros. El deber del juez es aplicar la ley y no cambiarla para conseguir los mejores resultados de los que está sinceramente convencido. El profesor debe promover el proceso de investigación y de reflexión en sus estudiantes, y no llevarlos a las conclusiones que sinceramente considera como las mejores para la sociedad. De la misma manera, los periodistas tendenciosos no cumplen con el deber de su función social que es, simplemente, dar la mejor información posible y dejar que los lectores saquen sus propias conclusiones.

Sin embargo, en la visión revolucionaria, donde la razón y la sinceridad juegan un papel fundamental, los papeles sociales son considerados como excesivamente restringidos y rígidos. Por consiguiente, se tiende a restarle importancia a las formalidades. Cuando se sabe concretamente cómo conseguir los resultados sociales que se desean, las formalidades parecen innecesarias. A los funcionarios, los oficiales del ejército, los padres o los maestros supuestamente no les hace falta la autoridad de su función porque les basta con la fuerza de la razón.

Los partidarios de la visión conservadora piensan de modo muy distinto. Ellos consideran que inevitablemente se presentarán situaciones en las que haga falta que los soldados, los alumnos o los niños, obedezcan aunque no comprendan. De ahí la importancia que cobran entonces los títulos, las ceremonias y todos los recursos para promover la obediencia a reglas cuyos beneficios pueden no ser inmediatamente aprehensibles pero en cuyos benéficos resultados se confía a largo plazo.

Las dos visiones: el papel de la juventud y el de la vejez

En la visión revolucionaria, donde el conocimiento y la razón son concebidos como racionalidad articulada, los jóvenes tienen todas las ventajas. Si todos los problemas y los vicios se derivan de las instituciones y creencias existentes, los menos habituados a las mismas estarán menos corrompidos y, por consiguiente, en mejor disposición para acometer los cambios revolucionarios que la sociedad necesita. «Los niños son la materia prima puesta en nuestras manos», decía Goodwin. Sus mentes son «como una hoja de papel blanco». Y, por el contrario, «el prejuicio y la avaricia» son características «comunes en la vejez».

En la visión conservadora, por el contrario, la experiencia humana es simplemente la menos falible de las guías. «Los más sabios y experimentados son generalmente los menos crédulos», dijo Adam Smith. «Es sólo la sabiduría adquirida y la experiencia lo que enseña incredulidad, y muy pocas veces lo enseña lo suficiente». De aquí que valoren mucho la experiencia de los viejos. La visión conservadora, que busca compromisos más bien que soluciones dramáticas, valora mucho la prudencia producto de la experiencia. El fervor moral no es un sustituto válido. «No es una excusa de la ignorancia presuntuosa el estar dirigida por una pasión insolente», decía Burke.

Oliver Wendell Holmes reflejaba la visión conservadora cuando decía que «muchos juicios honorables y sensatos» expresan «una intuición de la experiencia que va más allá del análisis y compendia muchas impresiones enredadas y confusas; impresiones que pueden estar por debajo la consciencia sin por eso perder su valor». La ley incorpora la experiencia «no sólo de nuestras vidas sino de las vidas de todos los hombres que han sido».

John Stuart Mill decía que las leyes no «crecen» sino que se hacen y que «es absurdo sacrificar fines actuales a medios anticuados». Sin embargo, también señaló que para hacer la ley había que tomar en consideración «lo que la gente puede soportar» y que esto era función de «viejos hábitos». La aquiescencia de la humanidad «depende de la preservación de algo así como la continuidad de la existencia en las instituciones» que representa esos innumerables compromisos entre intereses y esperanzas contradictorios, sin los que ningún gobierno pudiera mantenerse durante un año, y aun con dificultad por sólo una semana».

¿Cuál es la mejor manera de promover el bien colectivo? En la visión revolucionaria, los individuos «conscientes» deben luchar por que se consigan los mejores resultados posibles pero, en la visión conservadora, lo mejor es adherirse al deber de los papeles institucionales, y dejar que sea el proceso sistémico el que determine los resultados. No se trata de la contradicción entre dos grupos sino entre el raciocinio articulado y la experiencia histórica de muchas generaciones. Sin embargo, un filósofo moderno del derecho como Dworkin, reflejando la visión revolucionaria, se refiere esta experiencia histórica como «el fáctico y arbitrario desarrollo de la historia».

La actitud ante los compromisos adquiridos

La actitud ante los compromisos es muy diferente en la visión conservadora y la revolucionaria. En primer lugar, hay que recordar que, para la visión revolucionaria, es posible conocer las fórmulas del éxito y la felicidad. De aquí que todo compromiso deba ser esencialmente revocable puesto que se ha adoptado cuando el conocimiento era menor y, por lo tanto, no debería mantener su validez en un futuro donde el conocimiento se haya perfeccionado.

En la visión conservadora, por el contrario, donde se considera imposible conocer las fórmulas del éxito y la felicidad, la importancia de los nuevos conocimientos es muy cuestionable. Lo único seguro es el valor intrínseco de las tradiciones que representan la experiencia acumulada de la humanidad y que necesitan estabilidad para poder servir de guía. De aquí su valorización de la lealtad y la fidelidad.

En la visión conservadora, los vínculos emotivos entre las personas son vistos como lazos sociales útiles, indispensables para el funcionamiento de la sociedad. Como dice Burke:

«Estar vinculado a la subdivisión, querer el pequeño pelotón al que pertenecemos en la sociedad, es el primer principios (el germen como si dijéramos) de los afectos públicos. Es el primer eslabón en la serie que prosigue hacia el amor a nuestro país, y a la humanidad».

En la visión revolucionaria, esos sentimientos espontáneos son considerados manifestaciones instintivas, primitivas, no racionales y, por consiguiente, son considerados más bien como obstáculos del progreso social. Para Goodwin: «el amor por nuestro país es «un principio engañoso» que establecería «una preferencia basada en relaciones accidentales y no en la razón».

Ninguna de las visiones considera que las unidad sociales más pequeñas sean intrínsecamente más importantes que las mayores. Pero la visión revolucionaria estima que los hombres pueden llegar a conocer lo que hace falta hacer para que la sociedad sea perfecta y, por consiguiente, considera indeseable y perjudicial subordinar los intereses particulares a los generales. La visión conservadora, por su parte, que no cree que ese conocimiento sea posible, considera que hay que aprovechar los vínculos emocionales primarios para utilizarlos como contrapeso del egoísmo personal.

La libertad

En la visión conservadora, la libertad es considerada como la ausencia de opresión, de restricciones externas. En la visión revolucionaria, la libertad es considerada como la capacidad de hacer lo que uno quiera, como «el poder efectivo de hacer cosas específicas», como decía John Dewey. Según la primera concepción, lo importante es limitar el poder de unos individuos sobre otros. Según la otra, lo importante es aumentar al máximo la posibilidad de conseguir objetivos específicos. Esto implica dar ventajas compensatorias a los que tengan alguna desventaja.

El problema del poder

Puesto que las visiones conservadora y revolucionaria tienen concepciones opuestas sobre el funcionamiento de la sociedad, ambas valoran de manera muy diferente la naturaleza del poder. En la concepción revolucionaria se considera que tras un gran número de fenómenos sociales se esconde una voluntad deliberada. De aquí que le de mucha mayor importancia a la racionalidad articulada y, por consiguiente, al papel del poder en los fenómenos sociales.

Por otra parte, se considera que la libertad es la capacidad de conseguir lo que uno quiera. De aquí que la misma definición de poder sea diferente. En la concepción revolucionaria, poder es la facultad de imponer la voluntad propia sobre la conducta de los demás. Cada vez que alguien consigue influir sobre la actuación de una persona, tiene poder sobre ella.

En la concepción conservadora, donde tras la mayoría de los fenómenos sociales lo que hay son procesos sistémicos, inconscientes y espontáneos, la importancia que se le concede al poder es mucho menor. Por otra parte, en la concepción conservadora la libertad se considera como ausencia de opresión, de restricciones, externas, de aquí que se considere al poder como la facultad de restringir las opciones de alguien. Las definiciones se parecen pero, en realidad, son muy diferentes.

En la visión conservadora, alguien puede conseguir que yo haga lo que él quiere pero si esa persona no me ha impuesto determinadas limitaciones ni ha restringido mis opciones no tiene poder sobre mí. Como la capacidad de influir sobre los demás está mucho más generalizada que la capacidad de restringir sus opciones, en la concepción revolucionaria la cuestión del poder juega un papel mucho más importante que en la conservadora.

El problema de la igualdad

En la visión revolucionaria, tratar de la misma forma a personas diferentes es mantener y reforzar la desigualdad. La igualdad significa igualdad de probabilidades de alcanzar determinados resultados. Pero, dada la enorme desigualdad de los seres humanos, esto implica recurrir a una política generalizada de ventajas compensatorias para ciertos grupos. Condorcet decía que «una verdadera igualdad» requiere que «aun las diferencias naturales entre los hombres sean mitigadas» por políticas sociales.

El origen de la desigualdad es muy importante. En la visión revolucionaria, no sólo se trata de que unos tengan mucho y otros poco, sino que algunos tienen poco porque otros tienen mucho. Los ricos le han quitado lo suyo a los pobres. El empleador le quita al empleado, el que vende al que compra, la metrópolis a la colonia.

Por el contrario, la visión conservadora considera, como decía Burke, que «todos los hombres tienen los mismos derechos pero no las mismas cosas». La igualdad es la igualdad en la ausencia de restricciones. Pretender eliminar otro tipo de desigualdades sería contraproducente. Significaría en primer lugar, que alguien tendría que estar a cargo de eliminar esas desigualdades, lo que implicaría investir de excesivos poderes al grupo gobernante. Este es el tema central de «El Camino de la Servidumbre» de F.A.Hayek: Los cambios sociales revolucionarios sólo pueden llevarse a cabo mediante una dictadura represiva.

Por otra parte, las desigualdades han existido siempre y no están vinculadas a un determinado sistema social. Precisamente lo que diferencia al capitalismo es que le ha permitido al hombre común disfrutar de un nivel de vida sin precedentes en la historia. La tecnología moderna no influye tanto sobre la vida de los ricos como sobre la de los pobres. Los ricos siempre han disfrutado de todas las comodidades pero sólo el capitalismo ha puesto esas comodidades al alcance de las grandes masas. La justificación moral del mercado se encuentra en la libertad y prosperidad general que produce.

El problema de la guerra

Para la visión revolucionaria la guerra es contraria a la naturaleza humana, como todas las calamidades sociales, se origina en las instituciones y surge de algún fallo intelectual. Por consiguiente tiene que tener alguna causa que puede ser combatida y neutralizada. Por consiguiente, lo que una nación pacífica debe hacer es poner en evidencia su voluntad de paz, mejorar las comunicaciones, hacer llamamiento a los más ilustrados, restringir el armamento o todo lo que pueda ser amenazantes y negociar las diferencias. Según Goodwin, la «inocencia y neutralidad» no presentar peligro militar alguno que pueda «amenazar» o «provocar un ataque». El fortalecimiento militar, las alianzas, y el equilibrio de poder pueden conducir a la guerra. La institución militar es algo deplorable.

Para la visión conservadora, la guerra no necesita explicación. Está implícita en los múltiples fallos de la naturaleza humana y sólo puede ser negociada mediante compromisos temporales. Smith veía el patriotismo como natural y beneficioso, como un fenómeno moralmente productivo. Lo que una nación pacífica debe hacer es prepararse para la guerra, elevar al máximo el costo potencial para los agresores, promover el patriotismo y al disposición para la guerra, negociar desde posiciones de fuerza, apoyarse más en el valor popular que en los veleidosos grupos de intelectuales.

El problema del crimen

Para la visión conservadora el crimen tiene su explicación en la naturaleza humana. Cada nueva generación es una invasión de nuevos bárbaros que tienen que ser civilizados antes de que sea demasiado tarde. Sólo nos protege el acondicionamiento social, la moralidad general, el sentimiento del honor, el humanismo cultivado por las tradiciones e instituciones sociales. Tenemos que tratar de disuadir del crimen con la amenaza de represalias. Adman Smith señalaba: «La piedad con los culpables es crueldad con los inocentes». El castigo era, para él, un deber doloroso.

Para la visión revolucionaria, sin embargo, el crimen es contrario a la naturaleza humana. Es difícil comprender la existencia del crimen si no hay una causa especial que lo haya provocado. La sociedad «drena la compasión del espíritu humano y engendra el crimen». En nuestra época se ha dicho que «gente saludable y racional no perjudicaría a los demás». Por consiguiente, la gente realizar crímenes por razones especiales, ya sean sociales o psiquiátricas. Y, por consiguiente, la forma de reducir el crimen es reducir esas razones especiales: pobreza, desempleo, discriminación, enfermedades mentales. El crimen refleja el carácter de la sociedad. El criminal sólo es su víctima. Goodwin señalaba que «el castigo puede cambiar la conducta de un hombre», pero «no puede mejorar sus sentimientos»

El problema de la economía

Para la visión conservadora, el mercado responde a fuerzas sistémicas, a la interacción de innumerables opciones individuales. Un mercado competitivo es un sistema muy eficiente de «transmisión de información» en la forma de precios.

La visión revolucionaria alega que la economía obedece al poder de intereses particulares y que, en el futuro, debería obedecer el poder del interés público. Grupos de poder fijan arbitrariamente los precios en las principales industrias, y la respuesta debe ser que «el colérico público» exija que el gobierno rectifique esta situación. Para Gunnar Myrdal, Premio Nobel de economía, hay que investigar las condiciones «responsables del subdesarrollo». Para Milton Friedman no hay que explicar el subdesarrollo, lo que hay que explicar son las causas del desarrollo y la prosperidad.

El problema de la justicia

En la visión conservadora la justicia es necesaria para el mantenimiento de la sociedad. Como decía Adam Smith: «Generalmente los hombres sienten tan poca solidaridad por su prójimo que si este principio (la justicia) no estuviera dentro de él y lo abrumara de respeto, actuarían como bestias salvajes… y entrar en un grupo humano sería como entrar en una cueva de leones»

Puesto que la sociedad «no puede subsistir entre los que están constantemente listos para agredir y atacarse entre sí», la justicia es la primera necesidad de la sociedad.

Como decía Oliver Wendell Holmes:

«La ley no toma en consideración la infinita variedad de temperamento, intelecto y educación que determina que el carácter interno de un acto sea tan diferente en los distintos hombres. No intenta ver a los hombres como los ve Dios… Si, por ejemplo, un hombre nace apresurado y torpe, siempre está teniendo accidentes y lesionándose a sí mismo o a sus vecinos, no cabe duda que sus defectos congénitos serán tomados en cuenta en los tribunales del Cielo pero sus errores no resultan por eso menos enojosos para sus vecinos que si se derivaran de una mala intención. Por consiguiente, sus vecinos le exigen, a su propio riesgo, que se ponga a su mismo nivel, y las cortes que ellos establecen no van a tomar en consideración su ecuación personal».

Según Holmes, «es correcto que la justicia hacia el individuo pese menos que los intereses más generales que hay que sopesar en el otro lado de la balanza».

Según Holmes, «La vida de la ley no ha sido lógica: ha sido experiencia… La ley encarna la historia del desarrollo de una nación a lo largo de muchos siglos, y no puede ser tratada como si sólo contuviera los axiomas y corolarios de un libro de matemáticas».

Y Blackstone:

«Y la ley sin equidad, aunque dura y desagradable, es mucho más deseable para el bien público que la equidad sin ley, que haría de cada juez un legislador e introduciría la más infinita confusión puesto que las cortes establecerían casi tantas reglas de conducta como diferencias hay de capacidad y sentimiento en la mente humana».

La visión revolucionara, por supuesto, toma una posición totalmente contraria. Como decía Goodwin: «No hay verdadera justicia si se reducen todos los hombres a la misma estatura» según el delito cometido. Más bien, la justicia requiere «contemplar todas las circunstancias de cada caso individual». En esta concepción, no sólo se trata de la justicia de la sanción sino también de la eficacia de la misma. La visión no restringida aspira a cambiar los motivos y las predisposiciones de la gente, busca soluciones. De aquí el constante llamamiento a mejorar y transformar la legislación.

Holmes, al igual que Goodwin, considera que es moralmente superior individualizar las sanciones, pero considera que hacerlo está más allá de la capacidad de los tribunales. La naturaleza humana no cambia.

El problema de los derechos individuales

La «Investigación Concerniente a la Justicia Política» en 1793 puede haber sido el primer tratado de justicia social. La justicia social es considerada como una obligación obsesiva. «Nuestra deuda con el prójimo incluye todos los esfuerzos que podamos hacer por su bienestar, y toda el auxilio que podamos ofrecer a sus necesidades. En realidad, no tenemos nada que sea estrictamente nuestro». Ni Goodwin ni Condorcet pensaban que fuera necesario recurrir al gobierno como instrumento de cambios sociales, ni infringir los derechos a la propiedad. Para los partidarios de la visión conservadora, el concepto de justicia social carece de toda importancia.

La diferencia fundamental entre las dos visiones es que, para la visión revolucionaria, no se trata de una cuestión de justicia sino de caridad. Para Hayek, el problema estriba en que tratar de establecer cualquier redistribución de la riqueza afecta tanto a la libertad como al mismo bienestar general. «… el concepto de «justicia social» ha sido el caballo de Troya que ha permitido la entrada del totalitarismo».

Para Hayek, es obviamente absurdo exigir «justicia social» de un proceso social inconsciente. En realidad, la demanda de «justicia social» significa pedir que los miembros de la sociedad se organicen de tal forma que sea posible asignar determinadas porciones del producto social a diferentes individuos o grupos. Pero esto significa no sólo conferir un exagerado poder a determinado grupo y, por consiguiente, limitar la libertad de los demás sino también crear obstáculos para la generación de riqueza.

Según Hayek la libertad humana depende, en gran medida, de ciertas reglas y especialmente de reglas, de derechos, que «protegen ciertos dominios dentro de los que los individuos son libres de actuar como ellos mismos decidan». Según Hayek el concepto de «justicia social» socavaba el concepto mismo de «estado de derecho», como estado gobernado por reglas estables, puesto que siempre estaría tratando de sustituir la justicia «formal» por la justicia «real» o «social». Y esta «justicia social» no es más que un conjunto de resultados a los que sólo puede llegarse mediante la ampliación de los poderes del gobierno. Según Hayek, la «justicia distributiva» es intrínsecamente «irreconciliable con el estado de derecho».

En la visión revolucionaria, por el contrario, donde el hombre es supuestamente capaz de pronosticar y controlar las consecuencias sociales de sus decisiones, tanto el individuo como la sociedad son moralmente responsables de que sus opciones produzcan determinados resultados. Los jueces, por consiguiente, no se deben limitar a aplicar reglas de procedimiento, ignorando los resultados particulares, sino que deben tratar de aplicar los principios morales implícitos en la ley. En los conflictos entre derechos, se le debe dar más peso a los que definen al ser humano como sujeto antes de como objeto.

En la visión revolucionaria, la igualdad, en forma más o menos amplia, ha sido considerada como igualdad de resultados. Dada la inmensa cantidad de situaciones diferentes, esto se traduce en tratamientos diferentes y compensatorios.

En la visión conservadora, los principios de la justicia están limitados por sus posibilidades. Los derechos son dominios más allá del alcance de las autoridades, y la conveniencia a largo plazo de esta actitud está implícita en su misma existencia.

En la visión conservadora, el hombre es capaz de hacer evaluaciones a largo plazo pero la forma de hacer esas evaluaciones es puramente experimental y apuntando a la experiencia de la mayoría, es decir observando la forma en que las masas «votan con los pies». La realidad es demasiado compleja como para soñar en cualquier justicia compensatoria.

En la visión revolucionaria, sin embargo, el hombre es capaz de hacer evaluaciones más inmediatas y lo hace mediante razones precisas y articuladas que no se detienen ante la justicia compensatoria.

CONCLUSIONES

La diferencia fundamental entre la ciencia y las teorías sociales reside en la imposibilidad de hacer experimentos sociales de laboratorio que nos den las pruebas definitivas para cancelar ciertas hipótesis. Por otra parte, la continuidad biológica de la especie humana significa que los experimentos que fracasan no pueden ser iniciados nuevamente a partir de cero. En la vida social, sólo es posible la sensatez, no la ciencia».

* NOTA de AR: En este texto, Sowell utiliza los conceptos de «restricted» y «unrestricted» para caracterizar las visiones. Es decir, la visión «restringida» y la «no restringida», según acepten limitaciones a la naturaleza humana

(visión restringida) o no las acepten (visión no restringida). Con todo, he considerado más claro sustituir esos términos en esta síntesis por los de «conservadora» y «revolucionaria», que son más claras para el público de habla hispana y fieles al espíritu del autor.

SOBRE EL AUTOR

Thomas Sowell (1930- ) es un economista graduado de las unversidades de Harvard, Columbia y la Escuela de Chicago, donde fue alumno de Milton Friedman. Es miembro asociado de la Institución Hoover. Es un columnista sindicado que publica regularmente en la revista Forbes. Profesor durante mucho años, Sowell es un autor prolífico y, sin duda, un extraordinario pensador y uno de los más brillantes intelectuales norteamericanos de nuestro tiempo. De su extensa bibliografía, recomendamos particularmente:

Conflict of Visions (de la que hemos ofrecido un síntesis)

The Vision of the Annointed (de cómo se manifiestan las distintas
visiones en la práctica)

Race and Culture (indispensable para comprender el papel cultural de las razas)

Para más información recomendamos tomar contacto con su web site en:

http://www.tsowell.com

Para más detalles sobre sus libros:

http://www.lfb.org/sowell.html

UNA VIDA SANTA DEDICADA A LA LIBERTAD: Ensayos en Honor de Joe Keckeissen

Con el trabajo de compilación de los Dres. Juan Carlos Cachanosky, Ph.D., Christopher Lingle, Ph. D. y Kurt Leube, Ph. D. y la muy cuidad edición de Mario Silar, acaba de presentarse esta colección de ensayos que apunta a reconocer y recordar a una descollante economista, veterano oficial de artillería aerotransportada y devoto religioso que dedicó su vida a cumplir tan diversos y exigentes roles.

20140201_003422-1

 

En el mismo, relatamos algunos apuntes biográficos de nuestro gran amigo Joe, profesor dedicado, académico riguroso, compañero de estudios generoso, artillero paracaidista valiente, heroico veterano de la guerra de Corea, y  piadoso hermano salesiano, que reproducimos aquí:

«La personalidad, trayectoria y ejemplo de vida de Joseph Edward Keckeissen han ejercido una fuerte e insoslayable influencia en mi carrera académica. Tuve la oportunidad de conocerlo en Guatemala, en los últimos años del siglo XX cuando el Padre Salesiano Angel Roncero Marcos, quién dirigía una institución educativa de dicha orden, me lo presentó en la Universidad Francisco Marroquín. Habíamos llegado a esas tierras por invitación de esa Universidad y recomendación del Dr. Juan Carlos Cachanosky, quien había dirigido la Maestría en Economía y Administración que yo terminaba de cursar, por esos años. Apenas nos conocimos y supo de mi interés por los temas monetarios, financieros y crediticios, y mis lecturas sobre Ludwig von Mises, me invitó a asistir a las reuniones en las que participaba, cada lunes a mediodía en la biblioteca de la Universidad, incitándonos a opinar, debatir e intercambiar puntos de vista. Y así, nuestros encuentros y debates se convirtieron en una rutina cotidiana, en la sala de profesores.

Compartí luego varios seminarios para profesores, que se dictaron en esa Universidad, a los que Joe asistía como un alumno más, con un gran interés y el entusiasmo de un joven de veinte años. En ellos brillaron por su calidad académica profesores como Lawrence White, Robert Higgs, Don Boudreaux, Israel Kirzner, Steve Davies, Mark Skousen, Andrew Morriss, Tom Palmer, y algunos más que ya no recuerdo. En el marco de expositores de tan alta calidad académica, muchas veces me sentía inhibido de participar.

Pero el compañerismo de Joe, sus palabas de aliento, la reflexión oportuna y acertada durante los momentos en que se reservaban para el almuerzo, o para disfrutar de un café y retomar energías, me daban fuerzas para continuar y me hicieron ver muchas ideas que valían la pena ser profundizadas. Y de a poco me fui dando cuenta  que, aunque me conocía desde muy poco tiempo antes, valoraba muchísimo mi enfoque y mis puntos de vista, por su clara inspiración Misesiana.

En el Dr. Keckeissen podía encontrarse con nitidez lo que algunos autores consideran esencial para tratar de llevar adelante una fructífera carrera de investigación y docencia: El orgullo académico y la humildad académica.[1] En el compañero de estudios que era Joe, se notaban unas enormes ganas de compartir todo lo que podía ir aprendiendo, con aquellos que lo rodeaban. En el Hermano Joe se personificaba una profunda humildad, bondad y ese sentido humanista y cristiano que fue la razón de ser de toda su existencia.

Muchas de sus palabras, que pasaron desapercibidas en el momento, fueron claramente influyentes luego, para hacerme dar cuenta de mis propias posibilidades, en un mundo en el que los ejemplos tendían a ser idealizados. Su profundo sentido del deber fué una guía permanente.

Seguimos en contacto fluido con Joe, hasta que finalizaron mis estudios de doctorado, en los que se interesó muchísimo, precisamente por su adscripción a las ideas de Mises. No importaba que hicieran 5 o 6 años que no nos veíamos personalmente. Semanalmente sus correos me invitaban a compartir una cena o una mesa de café, sin detenerse en pequeñeces tales como en qué lugar del mundo nos encontrábamos cada uno de nosotros.

[1] Eco, Umberto: “Como se hace una tesis: Técnicas y Procedimientos de Investigación, estudio y escritura”. (1977) [2000].

 

 

Los trabajos incluidos son:

– The legacy of Joseph Keckeissen. By Juan José Ramírez Ochoa.

Juan José Ramírez Ochoa is a professor at Henry Hazlitt Center of Francisco Marroquín University. He holds a B.A in business psychology and M.A. in Business Economics,  both titles from UFM;  besides those he holds an M.A. in International Economics  from State University of New York at Albany. He worked as assistant to Joe Keckeissen.   He can be reached in the e-mail: estratega@ufm.edu

 

– Happy 60th Birthday! A Short Appreciation of F. A. von Hayek’s The Sensory Order. By Kurt R. Leube.

Kurt R. Leube is Prof. emeritus; Fellow, Hoover Institution, Stanford University (USA); Academic Director, ECAEF, European Center of Austrian Economics Foundation, Vaduz (FL).

 

 – Economic Environment: A preliminary conceptual model of money, credit and currency from the basics of monetary theory in the Austrian School of Economics. By  Daniel Fernandez Mendez. y Ruben Mendez Reategui.

Daniel Fernandez Mendez is Ph.D. in Applied Economics  (c) at URJC  (Spain) and lecturer in the Faculty of Economics at Manabí University of Technology (UTM) – Ecuador.

Rubén Méndez Reátegui is Ph.D. in Economics (c) and lecturer at Macquarie University – Australia and Ph.D. in Applied Economics  (c) at URJC.

 

 – ¿Que había opinado Santo Tomás de Aquino sobre el caso Galileo? Por Gabriel J. Zanotti.

Gabriel J. Zanotti es profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral (Argentina) y Profesor visitante en le Universidad Francisco Marroquón (Guatemala).

 

 – Joe Keckeisen: teaching economics by Jacco van Seumeren.

Jacco van Seumeren is Professor at the University of St. Gallen.

 

 – La Concepción Monetaria de Ludwig von Mises, en el marco de su Teoría del Ciclo Comercial: Por Guillermo Luis Covernton.

Guillermo Luis Covernton es Dr. En Economía, (ESEADE). Es profesor de Macroeconomía, Microeconomía, Economía Política y de Finanzas Públicas en la Pontificia Universidad Católica Argentina, Santa María de los Buenos Aires, (UCA). Es director académico de la Fundación Bases. Fué profesor titular de Proceso Económico en l Universidad Francisco Marroquín de Guatemala.

 

 – La guillotina horizontal y las instituciones libres. Por Alberto Benegas Lynch (h)

Alberto Benegas Lynch (h) es presidente de la sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.

 

 – A Catholic and a Misean economist by Carroll Ríos de Rodriguez.

Carroll Ríos de Rodriguez is a Member of the Board of Trustees and Professor at Universidad Francisco Marroquín, (Guatemala).

 

 – Análisis sobre el rol del intervencionismo gubernamental ante la crisis económico-financiera: El legado del Dr.Joseph E. Keckeissen Por Eneas A. Biglione.

Eneas Biglione es director ejecutivo del Hispanic American Center for Economic Research de Washington (DC).

 

 – La Ley de Say y el Atesoramiento de Dinero por Juan C. Cachanosky.

Juan C. Cachanosky es director para América del Sur de CMT Group, Partner de Edimburgh Business School.

 – Rawls + Economics = Buchanan by Jacco van Seumeren.Jacco van Seumeren is Professor at the University of St. Gallen. – Entrepreneurial Change of Institutions by Martin Krause.

Martin Krause es Profesor de Economía en la Universidad de Buenos Aires y Profesor Visitante en la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala.

 

 – In Memorian by Julio Cole.

Julio Cole es Profesor de Economía en la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala.

 

¿Hay virtudes en el Socialismo?

Ante la pregunta de un amigo, alumno de UCA, y genuinamente preocupado por los problemas sociales, que me puso a reflexionar sobre una respuesta a porque los socialistas no logran sus objetivos, o que pasaría si fueran gente virtuosa, preparé la siguiente explicación, que comparto con Uds.

 

¿No hay socialistas buenos, que puedan lograr una sociedad más justa?

 

No tengo dudas de que puede haber personas que sean coherentes con las ideas socialistas que pregonan. El hecho de que yo no haya conocido jamás a ninguno, no indica que no puedan existir. A lo sumo es un problema de desconocimiento de esas personas, de mi parte.

De lo que sí estoy muy seguro, es que las ideas del socialismo son absolutamente inconducentes al paraíso que proponen. Sencillamente porque nos llevan en otra dirección. No importando quienes las lleven a cabo. Ni que sean corruptos como Chávez o Castro o que sean virtuosos como la Madre Teresa de Calcuta o SS Francisco. El problema del Socialismo, que es un asunto diferente al que planteaste, es que termina vulnerando la naturaleza de las personas.

Es propio del ser humano, es una aspiración genuina y un derecho humano fundamental, poder acceder a tener bienes en propiedad. El derecho de propiedad es inherente a la naturaleza humana y es esencial a la dignidad de las personas. Los fundamentos de esto pueden encontrarse no solo en escritos económicos, sino en la propia doctrina social de la iglesia. Todos los sistemas sociales que pretendan lograr sus objetivos a través de mecanismos que afecten o vulneren el derecho de propiedad son inconducentes, inmorales y perversos, porque violan derechos humanos esenciales. El socialismo implica aplicar una re-distribución de bienes diferente a la que las personas pueden arribar mediante sus arreglos libres y voluntarios, en un sistema de economía libre, abierta y sin injerencia gubernamental. También implica afectar el sistema de precios que revela información esencial que es solo descubrible por este mecanismo. Y cuando se intervienen los precios, nos quedamos sin conocer las necesidades y las valoraciones de los millones de individuos que integran la sociedad. Por ende, por muy buenas que sean nuestras intenciones, jamás vamos a poder atender a sus necesidades, siguiendo sus propias escalas de jerarquías, privilegiando lo que consideran urgente y difiriendo lo que consideran accesorio, sencillamente porque no vamos a tener esa información esencial. Por lo tanto, vamos a producir menos, y vamos a producir bienes no tan deseados como otros de los que careceremos. La sociedad va a caer en la miseria. No importa que la maneje Hitler, Castro o un pajarito chiquitico que encarne el espíritu de Chávez. La gente va a ser cada vez más pobre. La asignación de recursos va a ser cada vez peor. No habrá innovación tecnológica, nuevos productos y servicios ni forma de descubrirla. Sin una economía abierta, libre, basada en arreglos libres y voluntarios en el mercado, que funcione cerca, el ideal socialista no tiene forma de guiar la producción ni de asignar recursos, ni de premiar la creatividad, la innovación y la búsqueda de la prosperidad, inherente a la persona humana. Solo puede haber intentos de socialismo, parasitando e intentando emular a una economía libre.

Navegador de artículos