GUILLERMO LUIS COVERNTON

Propuestas de estudio del Dr. Guillermo Luis Covernton: Economía – Políticas Públicas – Libertad – Humanismo Cristiano

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Compromiso ambiental y crecimiento sostenido. Un problema dinámico.

Publicado en Revista Cultura Económica Año XXXVI  N°96 Diciembre 2018: 77-94

Resumen: Este trabajo analiza los problemas que se generan por la interacción del
hombre con el ambiente con el correr de los siglos y ante el crecimiento poblacional.
La discusión que esto genera sobre los derechos individuales, la propiedad, la
interferencia gubernamental y su incremento impone la necesidad de generar un
marco doctrinario aceptable, consensuado y lógico, que lo regule, preservando la
autonomía de la voluntad y considerando la evolución y el progreso tecnológico.
Asimismo, menciona diferentes aportaciones relevantes de diversos autores. Y la
evolución del pensamiento económico.


Palabras clave: Ecología; Acción Humana; Desarrollo; Derecho


Abstract: This article analyses the problems generated by the interaction of man
with the environment over the centuries and with population growth. The discussion
that this generates about individual rights, property, government interference and
its increase imposes the need to generate an acceptable, consensual and logical
doctrinal framework that regulates it, preserving the autonomy of the will and
considering the evolution and technological progress. Likewise, the article mentions
different relevant contributions of various authors in the course of the evolution of
economic thought.


Keywords: Ecology; Human Action; Development; Sustained Growth; Law

I. La actividad del hombre y su impacto
Las ideas que hablan sobre un posible impacto negativo de la actividad
de los seres humanos en la tierra tienen una antigüedad similar a la de
la ciencia económica. Existen muchas teorías que han sostenido y
algunas que, aún hoy en día, sostienen la posibilidad de un colapso
catastrófico de la población mundial a causa de los efectos de la

 Recibido: 08/11/2018 – Aceptado: 10/12/2018

actividad del hombre. Malthus advertía que podían existir limitantes
de la evolución de la humanidad hacia la felicidad. Y se refería a una
gran causa, unida íntimamente a la naturaleza del hombre. En sus
palabras: “La causa a la que aludo es la tendencia constante de toda
vida a aumentar, reproduciéndose, más allá de lo que permiten los
recursos disponibles para su subsistencia” (Malthus, 1998: 7). Está
claro que esta cita, que data de 1798, no era, de ninguna manera, una
posición incontrovertible ni compartida por algunos de sus
contemporáneos. Incluso autores bastante anteriores, ya sostenían la
posición contraria.
Spiegel, (1996: 161) refiriéndose a William Petty, (1623-1687),
destaca que sus criterios económicos eran independientes de los
prejuicios de la época, dándole una gran importancia al crecimiento de
la población como fuente del aumento de los ingresos. A su juicio, el
crecimiento poblacional contribuiría a licuar los gastos del estado, que
según decía, no crecían en la misma proporción. Además, enfatizaba
que una mayor población obligaba a mayores esfuerzos y también a
una creciente especialización y enseñanza de oficios y técnicas. En sus
estudios, veía al crecimiento de la población como la solución a los
problemas nacionales.
Por su parte, Spengler (1998: 3) reconocía que la idea de que el
excesivo crecimiento poblacional podía reducir la productividad por
trabajador, deprimir el nivel de vida de las masas y generar conflictos,
era de tal antigüedad que aparecía en trabajos de Confucio y otros
filósofos de la antigua China.
Todas estas teorías se deben enfrentar hoy con la evidencia
incontrovertible de que la población mundial ha crecido mucho más
allá de lo esperado por aquellos autores, provocando hasta ahora unos
niveles de prosperidad nunca imaginados. De acuerdo con el United
States Census Bureau, las estimaciones más bajas acerca de la
población mundial 10.000 años antes de Cristo ascienden solo a 1
millón de seres humanos, y las estimaciones más altas hablarían de 10
millones. En la actualidad, la población mundial está cerca de los
7.500 millones de seres humanos según el reloj de población del

mismo organismo. (United States Census Bureau, 2018: disponible en
línea). Es impensable imaginar que semejante salto poblacional,
acompañado por la producción que ha sido necesario desarrollar para
mantener con vida a una masa poblacional de tal magnitud, que
además ha mejorado sus niveles de prosperidad en forma
astronómica, podría haberse logrado sin que la actividad productiva
del hombre generara impacto ambiental.
II. El enfoque ecologista o de desarrollo sostenible
En los últimos 50 años, como mínimo, las actividades de producción
de bienes y servicios se han visto influenciadas, en la toma de
decisiones empresariales, por lo que se podría denominar, el “enfoque
ecologista” o de “desarrollo sostenible”. Es decir, la preocupación
sobre la sostenibilidad de la actividad productiva, toda vez que la
actividad humana en la tierra implica un impacto sobre el medio
ambiente. Pero, según algunos autores, estas preocupaciones, que en
algún grado son legítimas, generan una influencia perniciosa en el
debate político, la agenda gubernamental y el enfoque del gobierno,
incluso en el tamaño del propio gobierno. Para Seldon:
Democratic government has been inflated by political oversensitivity to exaggeration, rumour and confusion on the risks of
environmental damage […] The fallacies in the extravaganzas of
the environmentalists are mainly five: exaggeration of the
evidence, questionable deduction, the confusion between
inherent risks (in food or medicines) and amounts or doses,
neglect of the cost of prevention, and the allocation of surmised
benefit over the unknown generations (Seldon, 2005: 114).
Incluso va más allá al afirmar que el argumento ambientalista en
favor de medidas de emergencia en el siglo XXI es tan falaz como el
pánico poblacional de Thomas Malthus a principios del siglo XIX. Y
que tiene similares elementos de influencia sobre la ansiedad del
público: advertencias plausibles, pero insustanciales, sobre el riesgo
de daños severos para la humanidad. Seldon considera que así como
Malthus subestimó la tasa de innovación tecnológica, los

ambientalistas de hoy en día pasan por alto el poder de un inesperado
pero probable avance científico para descubrir nuevos tratamientos
que prevengan sus peores escenarios imaginables y hagan innecesario
equipar al gobierno con mayores poderes para influir sobre el accionar
individual.
Actualmente vemos la proliferación de regulaciones e incluso un
movimiento que algunos han calificado como de “sobre-legislación”.
Se pretende regular la contaminación, la degradación del medio
ambiente, la influencia de sistemas de producción sobre las especies
silvestres y la biodiversidad. Esto genera toda una batería de
preocupaciones sobre riesgos supuestos, incluso no probados y hasta
indemostrables, originados en el uso de substancias que no son del
todo conocidas, o que ni siquiera existen en la naturaleza, sino que han
sido sintetizadas y muchas veces diseñadas por el hombre. También se
busca influir y limitar la interferencia humana, y la aplicación de
métodos científicos modernos en la selección y el diseño de
organismos vivos, alteraciones genómicas, transgénicos y
cruzamientos con diferentes objetivos productivos y económicos.
Sin embargo, muchas veces se generalizan los efectos nocivos de
ciertas prácticas, y se desconoce su impacto positivo en el ambiente.
Por ejemplo, la cría de cruzas de surubí que no se dan en estado natural
logra darles vigor híbrido y mayor peso y tasa de crecimiento; la
introducción de genes de especies silvestres o incluso ornamentales en
cultivos industriales de oleaginosas se emplea para darle resistencia a
esquemas de combate químico de malezas. Otro caso es el de la
incorporación de genes de bacilos a híbridos de cereales, capaces de
matar instantáneamente a los insectos que intentan comerlos, y que
permiten prescindir de la utilización de insecticidas. Asimismo, la
introducción de genes de especias que imprimen colores, como el
índigo, en cultivos industriales de textiles como el algodón,
reemplazan la utilización de tinturas industriales para el teñido y la
obtención de telas de denim azul. Estos son sólo algunos ejemplos
ilustrativos de entre muchos otros que sería prácticamente imposible
enumerar aquí, en la brevedad de este estudio.

III. El marco institucional
Todo esto nos obliga a enfocar los problemas que mencionamos, desde
el punto de vista institucional. En efecto, para su estudio y resolución,
no puede perderse de vista el hecho de que las interacciones
intersubjetivas de los millones de individuos involucrados en estas
actividades son movidas por incentivos económicos, desde luego. Pero
tienen estricta relación con sus derechos individuales, su preservación,
con el derecho de propiedad y con la autonomía de la voluntad sobre
esta, y con el interés general y el bien común.
Estas materias han sido estudiadas profundamente en las
últimas décadas por una cantidad importante de teóricos, quienes han
dado origen a lo que se conoce como el análisis económico del derecho,
llamado también el enfoque de Law & Economics. En esta rama del
análisis económico y jurídico de la interacción del hombre en sociedad,
resulta insoslayable considerar el enfoque de Ronald Coase. Este fue
expuesto en su muy difundido artículo “The Problem of Social Cost”,
publicado por primera vez en The Journal of Law & Economics en
1960.

  1. El problema del costo social de Coase
    Dau-Schmidt & Ulen (1998: 81) consideran que el nacimiento del
    nuevo movimiento conocido como Law & Economics y la aplicación
    del análisis económico a un espectro mucho más amplio de problemas
    legales se identifica con la publicación de este trabajo seminal de
    Coase. Su autor fue laureado con el Premio del Banco de Suecia en
    Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel en 1991, en parte,
    por sus aportes originales, reflejados en su renombrado artículo. Coase
    explica el contexto de su análisis de la siguiente manera:
    This paper is concerned with those actions of business firms
    which has harmful effects on those occupying neighboring
    properties. The economic analysis of such a situation has usually
    proceeded in terms of a divergence between the private and social

    product of the Factory, in which economists have largerly
    followed the treatment of Pigou in The Economics of Welfare”
    (Coase, 1960: 81).
    En su argumentación, Coase manifiesta que discrepa con el
    enfoque de Pigou (1946), el cual podría resumirse en que sería
    conveniente asignarle una responsabilidad al dueño de la fábrica por
    los daños causados a los vecinos afectados por el humo o
    contaminación, o si fuera difícil o impracticable hacerle pagar por los
    daños, aplicarle un impuesto variable en proporción a la cantidad de
    humo o contaminación producidos, equivalente en términos
    monetarios al daño que causa, o finalmente, excluir a las fábricas de
    las zonas habitadas (Coase, 1960: 82). Las razones por las que Coase
    objeta la posición de Pigou las explica alegando que los cursos de
    acción sugeridos por éste serían inadecuados, porque arribarían a
    resultados no deseados, que incrementarían el costo de toda la
    sociedad en su conjunto, afectando sus posibilidades de desarrollo y
    de prosperidad.
    El error, para Coase, radica en formular el problema como si el
    individuo A estuviera causando un daño al individuo B. Para evitar
    esto, se le debe generar un costo a A de tal magnitud que le haga
    desistir en su accionar, como si, siempre y en todos los casos, el
    accionar de A no generara ningún tipo de beneficio ni personal ni
    social.
    Afirma que el enfoque es erróneo, porque para ambas partes hay
    costo y beneficios, y se debe encontrar una regla para establecer por
    qué se beneficiará a uno de ellos y se perjudicará al otro. Esta regla
    propone reducir el costo a la sociedad en su conjunto, maximizando
    sus beneficios. Para ello ejemplifica con la actividad de un panadero
    que produce vibraciones que impiden la acción terapéutica de un
    médico. Y, dado que los servicios del médico son más restringidos y
    más valorados que los del panadero, se debería lograr que este último
    cese en su actividad (Coase, 1960: 82).

    Asimismo, refiere un ejemplo del profesor Stigler, de una
    industria que produce mortandad de peces por la contaminación de un
    curso de agua, y afirma que habría que tasar si los peces tienen más
    valor, o la producción industrial los supera (Stigler, 1952: 105) El
    problema, para poder tasar estos costos, explicado con varios ejemplos
    exhaustivos, radica en que los precios y los costos variarán en función
    a los rendimientos, y serán muy diferentes si una de las partes se ve
    obligada a reducir el volumen de su actividad, en función de evitar
    externalidades que afecten a la otra parte.
    Todos los precios relativos de insumos y productos se verán
    tergiversados, en caso de introducirse una regulación, de maneras que
    no se pueden determinar de antemano. La propuesta de Coase, (1960:
    110) radica en cambiar el enfoque del problema que los economistas
    han planteado como una divergencia entre el beneficio social y el
    beneficio privado. Afirma que las medidas correctivas pueden generar
    perjuicios sociales no adecuadamente considerados, y remite al
    concepto de costo de oportunidad, un aporte claramente austríaco y
    emparentado con el análisis marginalista, que debemos a Friedrich
    von Wieser. Recomienda usar esta alternativa cuando se manejan
    cuestiones de política económica, comparando, en cada caso, el
    producto total obtenido mediante ordenamientos sociales
    alternativos. Asimismo, condena firmemente que la comparación se
    realiza entre un mundo de laissez faire y una especie de mundo ideal
    en el que no existen ni están muy claramente determinados los costos
    y los beneficios (Coase, 1960: 110).
    También destaca que hay una falacia implícita en establecer el
    análisis como si se tratara del uso de insumos que tienen un
    determinado valor de mercado, que en el caso del ejemplo, parecería
    ser el valor que tienen en el momento inicial. Sin embargo, en realidad,
    cada uno de estos insumos debe observarse como un conjunto de
    derechos de usos alternativos que el propietario tiene sobre ellos, y
    cuyo valor varía claramente en función a las restricciones que sobre su
    uso se establezcan. Precisamente, las limitaciones al uso de cada uno

    de los recursos involucrados son claramente lo que les asigna su valor
    real (Coase, 1960: 111).
    La crítica que Coase hace a Pigou es simple: afirma que el
    enfoque del problema se centra en un examen del valor de la
    producción física. El producto privado es el valor del producto
    adicional resultante de la actividad particular de un negocio. El
    producto social es igual al producto privado menos la disminución en
    el valor de la producción en otra parte, por la que no paga una
    compensación el propietario del negocio (Coase, 1960: 107). Para
    Pigou, el análisis focaliza en la decisión del negocio individual, y no
    considera que el uso de ciertos recursos no está tasado en los costos
    (Pigou, 1920: 4ª Ed 1932: 177-183). Por su parte, Coase encuentra
    preferible usar el concepto de costo de oportunidad y comparar el
    valor del producto obtenido por los factores en otros usos alternativos.
    Afirma que la ventaja principal de un sistema de precios es que
    conduce al empleo de los factores donde el valor del producto
    resultante es mayor y lo hace a un costo menor que los sistemas
    alternativos (Coase, 1960: 107).
  2. Opiniones concordantes
    Salin se plantea si el ecologismo es una amenaza para el ambiente. Y
    afirma que si se quiere hacer desaparecer a una especie animal o
    vegetal, lo mejor sería darle el estatus de especie amenazada y erigirla
    en “patrimonio de la humanidad”, ya que ésta nunca se ha movilizado
    en defensa de ninguna especie en peligro (Salin, 2008: 412). Acusa a
    los burócratas y activistas ecologistas de lucrar con este tipo de
    proclamas para adquirir notoriedad, cuando el problema real pasa por
    una insuficiencia de capitalismo. Por ejemplo, presenta el caso de los
    elefantes en África, que corrían peligro de extinción porque eran
    bienes sin dueños, de modo tal que el que se apropia de uno obtiene
    un lucro privado frente a un costo colectivo, sobre el que nadie tiene
    interés. Entre los efectos no deseados de las regulaciones
    gubernamentales al respecto, que llama “efectos perversos”, cita la

    prohibición al comercio de marfil, con el declarado objetivo de
    proteger a los elefantes. La aparición de un mercado negro dispara el
    precio del marfil, haciendo mucho más lucrativa la caza de la especie
    amenazada. Así, Salin muestra que la economía liberal se basa en el
    respeto a los derechos de los demás, limitando de esta manera el
    espíritu de lucro. Privatizar los elefantes obligaría a respetar los
    derechos de sus dueños, quienes tendrían un interés concreto en
    protegerlos y arbitrar los medios para facilitar su reproducción (Salin,
    2008: 414).
    Podemos afirmar que a nadie se le ocurriría que las vacas
    pudieran extinguirse, dado el actual ordenamiento jurídico. Pero
    queda claro que esto sí podría ocurrir si una regulación internacional
    prohibiera su explotación y comercio. Y obligara a dejarlas en estado
    silvestre. Salin, (2008: 416) afirma que es la falta de capitalismo y de
    derechos de propiedad lo que genera la destrucción del ambiente.
    Ejemplifica con la tala indiscriminada de bosques tropicales, realizada
    por empresas multinacionales que explotan concesiones de
    explotación, que no implican la propiedad de los bosques. Por lo tanto,
    no tienen ningún incentivo para proteger o explotar el recurso de
    manera sostenible. Si esos bosques fueran asignados en propiedad y
    pudieran ser vendibles, sus dueños velarían por reponer las especies
    explotadas y por mantener un stock de ejemplares explotables
    constante, realizando una tala sostenible, de modo de mantener el
    valor del recurso en el largo plazo. Reconstruir el recurso explotado
    implica un gasto presente, que generará solo un ingreso futuro,
    bastante lejano. Un contrato de concesión de un plazo menor, no
    genera los incentivos necesarios para la sostenibilidad.
    Krause, Zanotti y Ravier plantean la duda: “¿Son el crecimiento
    y la protección ambiental objetivos contrapuestos? ¿Cuál es el sistema
    que mejor permite a los individuos alcanzar estos objetivos?” (Krause,
    M; Zanotti, G y Ravier, A., 2007: 579). Estos autores nos recuerdan
    que la economía neoclásica seguía los preceptos de Lionel Robbins,
    quien consideraba que las comparaciones entre la utilidad, para
    personas diferentes, eran juicios de valor absolutamente subjetivos, y

    por ende no podían ser terreno de la ciencia. Luego nos recuerdan que
    otros autores avanzaron en este sentido planteando que hay mayor
    utilidad cuando hay crecimiento económico, pese a que ha habido
    movimientos ecologistas ascéticos, que defienden políticas de
    “crecimiento cero” como más valorables, en cuanto a que no impactan
    o impactan menos en el medio ambiente. Esto nos lleva nuevamente a
    Robbins.
    Krause, Zanotti y Ravier citan el acierto de Hazel Anderson,
    cuando denuncia que las medidas más difundidas de crecimiento no
    consideran el valor de un medio ambiente limpio (Krause, Zanotti y
    Ravier, 2007: 582). Y da como ejemplo el supuesto crecimiento
    económico de Alaska, luego del desastre del naufragio del buque
    tanque petrolero “Exxon Valdez”, que al bañar sus costas con petróleo
    crudo, hizo necesario tareas de saneamiento y limpieza, que si bien
    impactan sumando en el PBI, claramente destruyeron valor. De
    ninguna manera se podría plantear como una recomendación de
    política económica, hundir un superpetrolero, para reactivar la
    economía.
    Citan el intento de Naciones Unidas de implementar un sistema
    de contabilidad ambiental, para detectar, de alguna forma el
    incremento o reducción de ese patrimonio natural. (Krause, Zanotti y
    Ravier, 2007: 584). La misma implicaría la realización de un
    inventario físico de especies animales y vegetales, los ecosistemas
    implicados y la calidad del aire y el agua subterránea, la biodiversidad
    y las especies silvestres, materiales y energía involucrados en los
    recursos naturales. Pero el aspecto crucial es que, para poder afirmar
    que menores cantidades de unos se compensan con mayores
    cantidades de otros, sería preciso y determinante poder hacer una
    valoración, en una unidad de cuenta, es decir en moneda, mediante la
    cual se pueda unificar la forma de medir aumentos o disminuciones de
    los agregados, frente a cambios en las respectivas cantidades de unos
    bienes por otros.
    Pensemos en la magnitud de la tarea que el “contador ambiental”
    quiere autoimponerse: en muchas instancias, ni siquiera los

    biólogos han podido enumerar la totalidad de especies vegetales
    o animales existentes, además sería necesario contabilizar los
    stocks y sus variaciones. (…) Parece una idea que rápidamente
    puede llevar al ridículo (…) ¿Cómo habrá de hacerse eso? Pues la
    economía ha demostrado que, hasta el momento existen solo dos
    formas: a través del funcionamiento del sistema de precios como
    mecanismo de transmisión de información de las necesidades de
    los consumidores (Hayek, 1937, 1954); o por medio de políticas
    de comando y control, esto es la planificación económica, donde
    son los funcionarios gubernamentales los que deciden la
    asignación de recursos. La economía también ha considerado el
    primer método como claramente superior tanto por cuestiones
    de eficiencia, como éticas. (Krause, M; Zanotti, G y Ravier, A.,
    2007: 584 a 585)
  3. Subjetivismo y la tradición austriaca
    Otro aspecto que a nadie escapa aquí, es que la solución del problema,
    de manera objetiva, es virtualmente imposible, toda vez que las
    valoraciones, en economía, son completamente subjetivas y varían de
    individuo en individuo. Asimismo, para el mismo individuo, varían de
    instante a instante, guardando relación con su utilidad marginal. ¿Qué
    tiene más valor económico, una selva tropical o grandes rebaños de
    ganado de carne? ¿Para quién? ¿Será posible determinar tal cosa como
    un valor “social”? Aunque la pregunta parezca posible, su respuesta ya
    fue dada por la teoría económica, hace más de un siglo. El valor es
    completamente subjetivo y responde a la utilidad marginal
    decreciente. Ignorar esta verdad evidente nos sometería a que los
    sistemas de producción quedaran prisioneros de las estimaciones y de
    las valoraciones de funcionarios o burócratas, quizás incluso bien
    intencionados, y en algún caso, honestos, que pretenderían asignar
    valores y determinar qué es lo que los integrantes de la sociedad
    deberían perseguir como objetivo en cuanto a ese resultado. Pero, la
    inmensa mayoría de las veces, sería poner el esfuerzo productivo
    completo de una sociedad en manos y al arbitrio de personas que nada
    arriesgan. Funcionarios que no tienen forma de conocer valores y
    precios y podrían ser objeto de enormes maniobras de corrupción y de
    favorecimiento de sus allegados, beneficiando a quienes dejarían de

    ser empresarios y se convertirían en destinatarios de prebendas y
    financiadores de estos esquemas de corrupción.
    Esto nos lleva a la segunda alternativa mencionada, es decir, a la
    planificación central y al socialismo. Como explica Mises (1986: 144 a
    190): Es el proceso de mercado, a través de intercambios libres y
    voluntarios, el que va asignando precios a cada uno de los bienes, en
    función de la interacción de cientos de miles de individuos, quienes,
    con sus compras y abstenciones de comprar, determinan los precios
    de mercado y las ganancias y las pérdidas empresariales que los guían
    en el más adecuado proceso de asignación de recursos. Para esto, es
    necesario que exista la propiedad privada de los medios de
    producción. (Mises, L.E. 1986: 194-195) Libertad de comercio y de
    elegir entre unos bienes u otros. Competencia y ganancias
    empresariales que orienten los esfuerzos productivos. Soberanía del
    consumidor, que sabe que al elegir ciertos bienes, está sacrificando la
    posibilidad de acceder a otros. Del mismo modo que el agricultor, en
    el inicio de la colonización de tierras silvestres, que supo que la tala del
    bosque para construir su cabaña y liberar tierras donde sembrar
    pasturas que le permitan alimentar su ganado y sembrar otras especies
    comerciales, le proporcionaban un hogar, abrigo, defensa contra los
    animales silvestres, alimento y la posibilidad de cuidar y educar a sus
    hijos. Renunció a la belleza del ambiente silvestre, que lo condenaba a
    la pobreza, la indigencia y la escasez crónica de todo tipo de alimentos.
    Asimismo, el autor es terminante en afirmar que no existen
    alternativas posibles a este sistema capitalista, que protege y respeta
    la dignidad humana:
    Un orden social basado en el control privado de los medios de
    producción no puede funcionar sin acción empresarial, ganancia
    empresarial y, desde luego, pérdida empresarial (…) En un
    sistema socialista no existen ni empresarios ni pérdidas ni
    ganancias empresarias. Sin embargo, el director supremo de la
    República socialista, tendría que esforzarse para obtener un
    exceso de los ingresos sobre los costos de la misma manera que
    lo hacen los empresarios en un régimen capitalista (…) Lo que es
    importante en este contexto es solamente el hecho de que no es
    factible un tercer sistema. No puede haber algo así como un

    sistema no socialista sin pérdidas y ganancias empresarias”.
    (Mises, L.E. 1986: 194)
    Así también, el mismo autor destaca que esta elección entre la
    manera en que la sociedad va a determinar la forma en que se asignen
    los recursos productivos y se remuneren los factores y los distintos
    esfuerzos humanos implicados en el proceso, condiciona
    inevitablemente el régimen político y las instituciones sociales que
    regirán a esa sociedad. Y que el régimen republicano de gobierno, el
    estado de derecho, la democracia y las libertades civiles se ganan o
    pierden en esta elección.
    Al elegir entre el capitalismo y el socialismo, la gente también
    elige implícitamente entre todas las instituciones sociales que
    necesariamente acompañan a cada uno de estos sistemas, su
    “superestructura”, según Marx. Si el control de la producción es
    arrebatado a los empresarios diariamente elegidos por el
    plebiscito de los consumidores y pasa a manos del comandante
    supremo de los “ejércitos industriales” (Marx y Engels) o de los
    “trabajadores armados” (Lenin), ni el gobierno representativo ni
    las libertades civiles pueden sobrevivir. (Mises, L.E. 1986: 194-
    195).
  4. La falacia de las fallas de mercado y la competencia
    perfecta
    Uno de los enfoques más difundidos aún en el presente, es aquel que
    plantea que la interferencia gubernamental en los procesos de
    producción es imprescindible ya que el mercado fracasa en el logro de
    su cometido. Parte de la base de que el punto óptimo que debe alcanzar
    el mercado es aquel punto definido por Pareto, (Óptimo de Pareto), en
    donde ya no hacen falta más reasignaciones de recursos ni
    intercambios, el mercado cae en un equilibrio y “se vacía”,
    desapareciendo oferentes y demandantes como lo explica Ekelund
    et.al. (Ekelund et.al, 1992: 446 y 637) La afirmación es tan
    disparatada, como lo es la idea de que se ha alcanzado el máximo de
    satisfacción y nada puede hacerse para mejorar. Ignora, como ya se ha

    dicho más arriba, que el valor de los bienes está dado por la utilidad
    marginal. Ignora también que para que ese modelo pueda darse
    existen algunas condiciones, a saber: un conocimiento perfecto de
    precios y cantidades ofrecidas y demandadas, como en una rueda
    bursátil; producto homogéneo, es decir que nos dé lo mismo comprar
    a unos oferentes u otros; nulos costos de transporte, es decir que
    podamos acceder a cualquier oferta a igual costo; infinidad de
    oferentes y demandantes operando cantidades tan insignificantes que
    su acción individual tenga un impacto infinitesimalmente pequeño;
    valoraciones estáticas, que no vayan variando, conforme uno va
    adquiriendo o desprendiéndose de unidades marginales. Cualquier
    mercado que no se ajuste a estos supuestos, en opinión de los
    intervencionistas, merecería ser regulado, porque no logra ese
    equilibrio estático descripto.
    En la realidad, nosotros sabemos perfectamente que el mercado
    es un proceso muy imperfecto de asignación de recursos, en donde los
    agentes económicos, por sucesivas iteraciones, van ajustando su
    comportamiento, de una situación claramente insatisfactoria, a una
    más satisfactoria, sin poder llegar al punto ideal en ningún momento.
    Esto no solo no invalida el proceso, sino que lo asemeja a otras
    situaciones del mundo real. Por ejemplo: es muy claro que un gobierno
    que respete la diversidad de criterios de los ciudadanos es mucho más
    conveniente a sus intereses, que el de un autócrata. Y vamos a
    encontrar un gran consenso en la afirmación de que un gobierno
    representativo y republicano es preferido a uno tiránico y despótico.
    Sin embargo, Kenneth Arrow describió la inherente imposibilidad de
    acceder a un gobierno que refleje perfectamente las preferencias y
    aspiraciones de los individuos, toda vez que ese gobierno sea
    representativo y sus individuos no actúen cada uno en nombre propio.
    Es lo que la literatura llama el “Teorema de la Imposibilidad de
    Arrow”, descripto en su obra “Elección social y valores individuales”,
    (1951), tal como lo reseña Spiegel (1996: 672). Y, sin embargo, la
    imposibilidad de acceder a un gobierno perfecto no nos hace preferir
    al dictador y tirano. Es claro que la democracia representativa es más
    conveniente.

    Del mismo modo, la doctrina cristiana nos enseña que el
    matrimonio es una institución que enaltece a los seres humanos y es
    la base de la familia, que nos permite formarnos y formar a nuestros
    hijos en valores elevados, y que esta unión debe aspirar a una
    perfección tal como la de Cristo y su Iglesia. Sin embargo, somos
    conscientes de que somos humanos e imperfectos y que jamás
    podremos elevarnos a esas alturas, y eso no nos hace preferir la vida
    en aislamiento. En definitiva, la imposibilidad de acceder a la
    perfección divina, no nos impide tratar de vivir a su imagen, ejemplo
    y semejanza. Y se podrían dar muchos más ejemplos sobre esto. El
    absurdo del planteo de las fallas de mercado está explicado más
    exhaustivamente por Krause, M; Zanotti, G y Ravier, A. (2007: 588).
    IV. Conclusión
    En definitiva, si queremos comparar cualquier enfoque de lo que se
    conoce como “Ecología de libre mercado”, en donde los incentivos
    para actuar correctamente y en armonía con nuestros semejantes
    estén alineados con alicientes económicos, deberemos aceptar que no
    se puede comparar y descartar el proceso de mercado, imperfecto,
    humano, mejorable instante a instante y cambiante, con una idea de
    mundo perfecto, inalcanzable e inconducente a decisiones adecuadas.
    En este sentido, destacamos lo que sintetizan Anderson y Leal
    (1993), que han dedicado años al estudio de estos temas y que son
    tomadas como referentes. Estos autores insisten en que las normas del
    llamado “desarrollo sostenible” exigen regulaciones políticas que
    intentan disciplinar a productores y consumidores, limitando el
    crecimiento económico. (Anderson, T. L. & Leal, D. R., 1993: 259)
    También sostienen que esta falta de crecimiento económico
    afecta la colaboración social y lleva a los agentes económicos como si
    vivieran en una economía de suma cero. Eso deriva en políticas
    redistribucionistas y de control de la natalidad. (Anderson, T. L. &
    Leal, D. R., 1993: 259)

    Para poder tener eficiencia en ese proceso regulatorio y de
    control, sería menester que el mismo fuera llevado a cabo por:
    “expertos omniscientes y benevolentes que pueden modelar
    ecosistemas y dictar soluciones” (Anderson, T. L. & Leal, D. R., 1993:
    259).
    El nivel de conocimientos, información y sentido ético de estos
    planificadores los obligaría a conocer aspectos del problema que no se
    pueden conocer en el presente, y ni siquiera responden a incentivos
    presentes:
    los gestores de la política deben poseer la información, los
    conocimientos, y el sentido ético necesarios para administrar la
    sostenibilidad. Deben tener conocimientos tecnológicos sobre la
    cantidad y la calidad de los recursos, tanto humanos como físicos.
    Deben conocer asimismo las necesidades materiales tanto de la
    generación actual como de las venideras. Y deben, además, dejar
    de lado todo interés personal y egoísta y actuar única y
    exclusivamente en beneficio de la presente generación y de las
    futuras… (Anderson, T. L. & Leal, D. R., 1993: 260)
    Aceptar estos extremos nos obligaría a asumir que el proceso
    político tiene la suficiente perfección y representatividad como para
    reflejar muy detalladamente las demandas individuales y dejar de lado
    las necesidades presentes, y equipararlas con las futuras. Y asumir que
    la tecnología no podrá proponernos soluciones alternativas, mucho
    más económicas, en el futuro.
    Nuestras conclusiones están en un todo alineadas con los
    expertos en “Ecología de Mercado” que citamos. Estamos convencidos
    en que hay que confiar en la capacidad humana de innovar y encontrar
    soluciones diferentes y mejores a problemas que ya existían desde
    tiempos bíblicos y que no se solucionaban con mecanismos
    compatibles con las instituciones políticas y sociales de hoy. Ha sido la
    libertad, el derecho de propiedad y la concepción del valor tiempo del
    dinero y los incentivos para encontrar soluciones para el momento
    actual lo que nos ha permitido salir de la pobreza. Y a la vez,
    desarrollar mecanismos republicanos y democráticos, asegurar el
    estado de derecho y la ausencia de privilegios, elevando los niveles de

    vida y el bienestar material, así como el conocimiento científico a
    niveles impensables hace apenas dos siglos. Y logrando, como dicen
    otros autores: “ elevar los niveles de vida y –tal vez lo más importantede ensanchar el espacio de las libertades individuales” (Anderson, T.
    L. & Leal, D. R., 1993: 263).
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    y de su método. Mc Graw Hill.
    Krause, M; Zanotti, G y Ravier, A. (2007). Elementos de economía
    política. La Ley, Buenos Aires.
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    Julian L. The Economics of Population: Classic Writings.
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    Stigler, G. J. (1952) The Theory of Price. Macmillan, New York
    United States Census Bureau (2018). https://census.gov/data/tables/
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    Ultimo acceso: junio 2018
    Wieser, F. v. (1914). Theorie der gesellschaftlichen wirtschaft. J.C.B.
    Mohr, Tübingen.

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